COMENTARIO DE CINE

Lo primero que llamó mi atención al iniciar la proyección de la obra "Agonía en el Cajón", de Nitram Odallem-Zaid, fue su madurez caligráfica: cámara tranquila, bien montada, tiempo armonioso para ir tejiendo la trama; eso se llama oficio y se logra mediante el trabajo reiterado y prolijo. Lo segundo fue el tema en sí, original y a la vez insólito, que pone de relieve al menos tres aspectos de nuestra identidad nacional. Por una parte está esa falta de visión y de compromiso con lo propio, que ha significado la pérdida de buena parte de nuestro patrimonio. No valoramos lo que tenemos y nos movemos más que nada por la rentabilidad monetaria de las cosas. Eso nos desliga de lo fundamental, de lo que densifica el alma liberándola de la pequeñez y de lo inmediato.

Pero paralela a esta ruta oscura corre esa otra vía, tan propia también de nuestra alma, por la cual transitan las gestas solidarias. Allí es donde hay que situar esta obra, que está alimentada del amor por las buenas cosas propias, por la preservación o el rescate. Lo solidario no es sólo compartir con los que están sumidos en una necesidad, a veces de por vida, a veces de improviso, como ocurre con los cataclismos de nuestra inquieta naturaleza. Esa solidaridad espontánea y desinteresada genera un tercer elemento que nos retrata como pueblo: el ingenio popular, que adquiere una dimensión titánica cuando se moviliza hacia el bien común, cuando se alía con los elementos fuertes de la red social: el orden, la ingeniería, la tecnología, las organizaciones. En este sentido, uno de los momentos mejor logrados de la película es la estrategia que se urde para levantar la locomotora y que desemboca en el uso de las dos grúas que terminarán convirtiéndose simbólicamente en dos brazos que se estiran para salvar el cuerpo inerte de la locomotora, otrora fuerte y activo, símbolo de nuestras capacidades como país. Aquí nace el sentimiento de epopeya que atraviesa tangencialmente todo el film, en el sentido del canto épico que nacía, antiguamente, a raíz de los grandes acontecimientos y hazañas.

Pero la obra también ancla temáticamente en un cuarto elemento: el valor de lo local. Eso es dado por el Cajón del Maipo, con su rostro natural, su río, sus dedales de oro, sus localidades, y también por la historia de un
acontecer pasado y rescatado, entre otras cosas, por las fotos recolectadas del tren militar en su época de esplendor.

Eso es  lo que moviliza y ancla al documental  a su sentido más específico. No basta con rescatar la memoria colectiva desde un punto de vista lingüístico (audiovisual). La tarea es rescatar lo fáctico, la cosa en sí, más que la cosa representada. Aquí la película se erige como denuncia, tarea y desafío futuro. Denuncia de la aberración de haber desmantelado el ferrocarril y dejar sus despojos físicos a merced de la inclemencia del tiempo y de los saqueadores. Tarea, en cuanto mostrar la acción comprometida de rescatar parte de esos despojos, quizás los elementos claves en cuanto dan identidad al acontecer: una locomotora y dos vagones. Desafío, al dejar lanzado el reto a la comunidad para que asuma el trabajo final de recuperación.

Quiero también destacar que en esta ocasión confluyen tres aspectos del autor que lo retratan por completo: el soñador, el ingeniero y el cineasta. Soñador con los pies en la tierra, comprometido con el objeto específico de un sueño que arranca de una infancia marcada por un acontecer que era historia cotidiana sin que importara que fuera Historia. Se trata del descubrimiento del tren de la niñez usado para ir de paseo al Cajón. Y está el ingeniero, el hombre que sabe de ingenios y empresas. Moviliza gente y máquinas grandes, agrega brazos fuertes al rescate. Y el cineasta, el poeta de la imagen, el realizador capaz de ver y recrear la realidad en nuevas dimensiones espacio-temporales usando un lenguaje propio, cada vez más elaborado y maduro. Aquí destaco su trabajo completo de producción, cámara, montaje y edición.

Para terminar señalo que de nuevo fui atrapado por el fluir cadencioso de la narración, dándole tiempo al acontecer de las cosas, siempre ceñido al modelo tarkoskiano de dejar en libertad de elección al espectador, sin un montaje que ideologice la imagen y la ponga al servicio de significados ajenos al acontecer. Tal vez el tercio final _el rescate de los vagones_ podría haber sido algo más elíptico, ya que el tema de las grúas ya había sido abundantemente mostrado antes. Quizás el tiempo indique cuál debiera haber sido la estructura rítmica más acorde, en el sentido de que el cine es, antes que nada, música para los ojos. Y como en toda estructura musical tiene que darse un desarrollo orgánico y afín a las estructuras emocionales. En este sentido, hay momentos muy bien logrados en que sólo hay acción visiva y música electrónica. El ritmo es insuperable

José Luis Villalba.