Humberto Espinosa Poblete

Sííí... la amistad es algo lindo. Es como una puertita que puedes abrir y cerrar cuando quieres, aunque cruja de vez en cuando, pero que te puede mostrar un nuevo camino, una nueva esperanza. Cuando es buena, siempre está ahí para dejarte pasar, para entrar o salir libremente o para cobijarse cuando vienen los terremotos o salir apretando cachete si es ella la terremoteada. Hay que aceitarle las bisagras de vez en cuando o echarle un poco de WD40 cuando está muy reclamona, sacarle brillo a la manilla y a la chapa, en fin, cuidarla... Pero si es verdadera, siempre estará ahí, como esperando tu llegada para acogerte cuando entres, para escucharte silenciosa y tenderte una mano.

Como las amistades, hay puertas grandes y chicas, delgadas y gruesas, altas y bajas. Unas abren a la derecha, otras a la izquierda, otras de centro centro. Unas son atableradas y otras terciadas, huecas y más livianas. Estas son como la "amistaíta esa del caallero". Tonta como una puerta... sí, también están esas amistades tontas, sin sentido, que no dejan mucho, o que cuando tú llegas desesperado a buscar apoyo o comprensión, ellas están... sólo están.

 


Hay puertas y amistades de vaivén, esas que de repente están a un lado y de repente al otro, o a veces debiendo estar al otro lado se te vienen encima, o simplemente hacen como que se van y se te caen encima con tuti cuando menos lo piensas. Las hay también de una y dos hojas, arremangadas como la de los bares del oeste, o con bellos vidrios empavonados de figuras esmeriladas. Estas se encontraban en las antiguas casonas de campo o en las casas de la calle Brasil y Santo Domingo. Así también son algunos amigos y amigas, aquellos que te abren sus puertas, que te acogen ampliamente, como las puertas mampara, en que parado "al ladito ajuera" puedes vislumbrar lo que pasa adentro, puedes ver hasta el parrón del patio del fondo junto a la higuera y, cuando es un amigo, si quieres, puedes verle el corazón.

Quién no se colgó de una puerta cuando chico para tirarse de un lado al otro agarrado de las manillas. Quién no se ha pegado alguna vez en esa misma manilla o en la perilla tirador y lanzado un par de puteadas sobándose con cara arrugada allí donde luego le saldría un descomunal moretón. ¿No te pasó que haciendo el amor de pie, afirmado en la puerta de calle, en la despedida con tu polola o pololo, en el momento preciso ésta se te abrió y quedó más de algún descalabro? ¡Y quién no se ha apretado un dedo en una puerta, en la puerta del auto más encima! Te ha hecho ponerte verde y lanzar un rosario de improperios de los más rojos del diccionario chilensis. El recuerdo te duraba junto con la uña negra, hasta que se te caía sola para dar paso a la nueva uña que te volviste a apretar en otra puerta.

Cuántas puertas se han hecho famosas en el mundo, como la Puerta de Alcalá, la Puerta del Sol o la de ese romántico bolero: la puerta se cerró detrás de ti y nunca más volviste a aparecer..., cantado por Lucho Gatica para los más viejitos o por Luis Miguel para los más lolos. Y esa vez que te gritaron ¡ándate y cierra la puerta por fuera, tontón! Cómo olvidar ese proverbio troyano que decía algo así como en puerta cerrada no entran caballos rellenos, y ese otro que dice que en la puerta de horno se te puede quemar el queque... de nuestra voluptuosa diva Marlene Olivari. O como dice Juan Gabriel: en la puerta del horno se te puede quemar el arroz.

También están esos famosos "puerta a puerta" de las campañas electorales para ser electo en democracia, en que parado al lado afuera en una casita rural, frente a la puerta de tablas, uno golpea y grita señora... alóooooo?! Luego, cuando no te contesta nadie, tú te aventuras a traspasar la reja y... nunca falta el perro que aparece detrás de los cardenales, loco como si fuera del partido contrario, se te tira encima ladrando entre sus afilados dientes sin ninguna contemplación democrática ni formación cívica, alcanzándote a morder los talones o simplemente el poto en tu desesperada carrera a la salvación. Me tocó también, en los "puerta a puerta", llegar a esas casas en que la puerta de calle tenía sólo un cordelito con un nudo que te invitaba a entrar diciéndote en esta familia confiamos en ti (cada día se usa menos esta inocente costumbre). Así, en esa casa de amigos o desconocidos, entrabas a veces hasta la cocina o un dormitorio buscando a sus moradores con ese conocido alóoooo... familiaaaa! Cada vez menos encontramos esos cordelitos, llave maestra en las puertas de la vida, últimos vestigios de un pasado más sano, más honrado, más transparente, más amigo. Hubo otros puerta a puerta más cototúos por ahí, que más vale olvidar... Mejor acordarse de ese día cuando hiciste el amor detrás de la puerta o te pusieron la escoba detrás de la puerta o la suerte llamó a tu puerta, o esa vez que te pegaron con la tranca de la puerta...

Y hasta aquí nomás llego yo. Te dejo la puerta abierta para que sigas recordando o inventando de amistades y puertas... DdO