KERRY OÑATE NAVARRETE

Es posible que usted que recién comienza a leer estas líneas, nunca haya escuchado un programa radial que yo imaginé, escribí y produje en las Emisoras de la Universidad de Santiago, allá por abril de 1995, en una serie consagrada a «El Mundo del Espectáculo». El tema giraba en torno a la nostalgia, ese sentimiento raro y crepuscular que se ha identificado tanto como "un extraño pesar por lo que se ha perdido". Tenía algo que ver con la música, el cine, el teatro y la literatura, también con la antropología y la filosofía y muchas cosas más.

El tiempo no ha pasado en vano, es cierto, pero en esta ocasión me gustaría proponerle un juego. Intentemos revivir aquí ese programa supuestamente desconocido, despojándolo de la música y las canciones, conservando sólo las palabras que se dijeron en aquella ocasión, imaginando que volvemos otra vez a hurgar en las honduras del pasado, escudriñando el tiempo de la nostalgia.
 

Vale la pena abrir este proceso lúdico recordando una frase de Ionesco que afirma que intentar permanecer fiel a nuestra época está pasando de moda porque nuestro propósito es adentrarnos ahora, por ejemplo, en la música de otras épocas, en el tiempo de compositores que ya no existen pero que crearon un mundo maravilloso y sugestivo. Si a esto se le puede llamar nostalgia, iniciemos entonces un retorno para revalorar ese desgarramiento doloroso y placentero, intelectual o afectivo, pero casi siempre masoquista, que ha estado dominando la atención del hombre moderno de los últimos cincuenta años: ese hombre de hoy, vulnerable, colocado en el vacío como una trompeta profanando el silencio y la oscuridad de la noche en un lugar desierto, solitario, invernal.

Imaginemos que de pronto, alguien descubre que tiene cincuenta años, un poco más o un poco menos, que la vejez y la muerte están más cerca, que se tiene ya la certeza de lo inevitable. Es en ese momento entonces, cuando se tiende a regresar a los orígenes a pensar en el tiempo desaparecido ya irrecuperable. Cuando a esto se agrega la noción de un presente inquietante, difícil, lleno de p r e s a g i o s o s c u r o s , d e acontecimientos adversos, de incertidumbre y angustia, la actitud una respuesta generacional que trasciende la emoción egoísta de un simple individuo desencantado y frustrado para comprometer la conducta de muchos hombres y mujeres insatisfechos.

Esta es la nostalgia que ha invadido la vida común y la cultura popular del mundo moderno durante el último cuarto de siglo, probablemente debido a emociones que vienen de muy lejos, que arrancan del fondo de muchas guerras absurdas, del fracaso del sueño americano y de una inquietud existencial apenas conocida. Esa nostalgia tiene que ver con la soledad, el temor, los fantasmas, la falta de lucidez de una época desarmada y patética.

De cierta manera, se trata de una suerte de peregrinaje sin destino, de una mentira social que recoge del pasado los testimonios que le permiten seguir viviendo mediante un mecanismo de compensación muy frágil: las canciones, la música, la imagen de los ídolos del cine y del deporte, la poesía, la novela; en general, el arte, el de las masas y el otro, el exclusivo, el que parece transmitir mensajes cifrados sólo a los elegidos, quizás basado en la esperanza de una nueva oportunidad, aquella puerta que pueda cruzar una vez más, otra vez.

La soledad de la generación del fin de siglo parece traducir el presentimiento de un gran boquete por el que se escapa la vida, la felicidad, el recuerdo. No obstante, esa tendencia medio enfermiza a la nostalgia tiene razón de ser: la de elevar a los hombres por encima de su materialismo, más allá de sus desdichas concretas, recordándoles que sufrir es aprender a conocer, que viajar al pasado puede ser también una forma sublime de buscar y encontrar.

André Gide, el célebre escritor francés, escribió una vez lo siguiente: "Busco a veces en el pasado algunos recuerdos para hacerme con ellos, por fin, una historia; pero allí me desconozco y mi vida se desborda en el acto. Me parece estar viviendo un instante nuevo". No es una actitud corriente de muchos escritores y artistas suscribir esta afirmación.

Lo usual es encontrarlos practicando el olvido, como un medio para sustraerse al mundo de la materia, a la sensación y al instinto, su eterna novedad. O insistiendo en que la vida puede ser hermosa otra vez si se le busca un nuevo sentido, una nueva respiración. El elemento significativo en la formación de la nueva fantasía, el principio vivificador de la nostalgia ha sido la facultad de profecía desarrollada a través de una orientación o volcamiento hacia el pasado, estableciendo al mismo tiempo una estructura particular de aprovechamiento emocional de las experiencias culturales colectivas de otros tiempos.

Esta tendencia prosperó en distintas épocas en el cine y en el teatro musical. No por casualidad este fenómeno se produjo en medio de guerras y conflictos económicos de trascendencia mundial. El cine ha simbolizado idealmente la esplendidez del pasado, justificando perfectamente la nostalgia un poco amarga que ha invadido al hombre actual. En el cine, a veces, es necesario un tiempo breve, apenas dos horas cuando más, para encontrar la fisonomía de una época antigua hecha canciones, esas mismas canciones que dejaron una huella profunda en la vida de tantas personas.

En el cine europeo nadie ha sabido sugerir tan bien la nostalgia de una manera metafísica al mismo tiempo que físicamente doliente y penetrante como Nino Rota en el cine de Federico Fellini y Luchino Visconti. Hay maneras de inscribir la nostalgia en el espíritu del espectador de cine; algunas ejercen una influencia directa sobre el recuerdo y la memoria; otras permiten regular la carga afectiva, rodeándose de una apariencia equívoca y multidimensional. Rota eligió siempre el camino intermedio, la dirección perfecta para llegar a la razón y a la emoción con el mismo trazo musical, los mismos acordes y de un solo golpe. Es posible que se haya tratado como nunca de la nostalgia en estado puro.

Cuando se va al cine o al teatro a practicar la nostalgia, algunos prefieren reír, estremecerse, llorar, reflexionar o maldecir. Se ha dicho que todo esto contribuye a la alienación de las masas, que es mejor proponerse el distanciamiento de aquellos fenómenos que ya no tienen incidencia o efecto social inmediato o concreto. Grave error. A través del cine o del teatro, la divina emoción que sobrecoge al encontrarse de nuevo con una experiencia anterior, que ahora parece nueva, es una circunstancia más importante que cualquiera reflexión hipócrita sobre aconteceres de esta época. Hay, por último, una emoción estética que trasciende la vida personal del protagonista de la nostalgia para elevarse a una altura considerable en un mundo que a veces no merece sino la evasión inteligente y el aprovechamiento del recuerdo para edificar algún porvenir soportable más sólido y llevadero. Las cosas que han quedado atrás a veces son más necesarias de lo que cada uno de nosotros cree.

El fin del siglo llegó y comenzó otra era. Ha llegado la hora de las confrontaciones y de los recuerdos, el momento de la encuesta última en que se piensa en el paraíso perdido, en los amores contrariados y olvidados, en el fracaso de la vida entera o de la parte más importante de ella, en aquello que pudimos conquistar y no logramos, en lo que se perdió y no se recuperará nunca. El tiempo es irreversible, el destino inexorable, la memoria es implacable y el recuerdo duele, como le dolía a Rick en "Casablanca" o como le dolía a los personajes de O´Neill en "Largo Viaje de un Día hacia la Noche". Cabe también recordar finalmente aquella vieja canción de Charles Trenet que dice: ¿Qué queda ya de nuestros amores, de nuestra juventud, de nuestra vida pasada?...