Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 45 - Año VII, Ocubre y Noviembre 2008
MÚSICA
Kerry Oñate Navarrete
La música de Nino Rota se desliza como una enigmática sonrisa entre la noche, la oscuridad y el sueño.

Ocho y Medio, ese filme total, definitivo, en que Federico Fellini demostró que era posible juntar el Arte con la Vida, terminaba en una secuencia circense, última, donde los personajes giraban enlazados en una ronda interminable, unidos por un ritmo que se hacía cada vez más rápido. Caía la noche y en este circo insólito, de pronto, no quedaba ya nadie, excepto la figura solitaria de un niño en la pista desierta y la música sentimental y penetrante de Nino Rota que cerraba nostálgicamente este filme-síntesis, volcamiento profundo de una indagación interior muy honda donde su autor había desplegado su arte con un equilibrio privilegiado.

Aquel hombre tranquilo, delicado e inteligente que era capaz de asombrar a todos con su conversación, asociado más a la música de cine que a la de la sala de conciertos, fue el creador de parte de la mejor música italiana de la segunda mitad del siglo veinte. No podemos afirmar si Rota fue feliz o no, pero lo cierto es que hizo todo lo posible por ofrecer a otros un poco de felicidad con su música. Acostumbraba a afirmar que el plagio en la música no existía, que el material estaba allí a disposición para usarlo y hacerlo propio, como se dispone libremente de las cosas más hermosas de la vida.

En realidad, Rota fue capaz de encontrar las fuentes de su música en Stravinsky, Prokofiev o
 



Dvorak, pero su clima musical y psicológico era tan inconfundible y puro que cuando se le escuchaba se le reconocía paso a paso sin pensar en el origen de su música: era siempre Rota, su atmósfera, su sentimiento, su sonido. Se divertía en revelar poco a poco de dónde provenía su inspiración, que originaba partituras que parecían tan clásicas o inmediatas, como si no hubiese nunca una ruptura entre la música del pasado y las melodías tan ligeras y populares del presente, la música de consumo de nuestros días. Le agradaba que se descubriera la relación de su música con la de los compositores soviéticos del siglo veinte, o con el sinfonismo descentrado de fines del siglo veinte; se complacía en poder dar ese tono patético e irónico, íntimo y confidencial que muchos de los grandes de la música nunca pudieron conseguir.

Cuando Rota escribió la música para un ballet de Maurice Béjart basado en Molière, donde los personajes aparecían aprisionados en una red al ritmo de una marcha un poco retorcida y nostálgica, se afirmó que la música era «felliniana»; pero alguien comprendió que era necesario afirmar que en realidad Fellini era «rotanio». De hecho, no cabe duda de que Fellini fue el creador de un mundo visual cinematográfico, pero Nino Rota fue el autor del mundo sonoro del realizador.

Cierto es que la oportunidad de la música de Rota se reveló más en el cine para los espectadores comunes, particularmente a través de la obra de cineastas privilegiados como Luchino Visconti, Federico Fellini, Mario Monicelli, Franco Zeffirelli, Pietro Germi o Luigi Zampa, pero el compositor venía de un medio muy diferente, aquél en que se revelaría primero «la otra música».

Nacido en Milano el 3 de diciembre de 1911, era hijo de la brillante pianista Ernesta Rota Rinaldi y nieto de un importante compositor del siglo diecinueve, Giovanni Rinaldi. Primero discípulo de Giacomo Orofico, estudió luego piano y composición con Ildebrando Pizzetti y Alberto Casella en el Conservatorio de Milano y la Academia de Santa Cecilia de Roma. Niño prodigio, escribió a los once años el oratorio para solistas, coro y orquesta La Infancia de Juan Bautista, cuyo estreno tuvo lugar en 1923, y luego a los quince años compuso la comedia lírica El Príncipe Cerdo. Con la primera de estas obras, Rota despertó la admiración de Arturo Toscanini y Gabriele D’Annunzio, quienes se convirtieron en los años siguientes en sus tutores.

A comienzos de los años treinta Rota viajó a Estados Unidos, donde ingresó al Instituto Curtis de Filadelfia. Allí estudio composición con Rosario Scalero. Ella lo familiarizó con el desarrollo histórico de los diversos estilos y formas musicales. Durante su estadía en América trabó amistad con Aaron Copland, que lo hizo interesarse en el cine. Él le aconsejó no asumir una actitud «snobista» y prejuiciosa respecto a la música cinematográfica, que no era tomada en serio por muchos músicos «serios», que la consideraban sólo un pasatiempo idiota o «papel picado», como afirmaba Stravinsky. Copland también le enseñó a conocer y apreciar la música de compositores como Cole Porter, Irving Berlin y George Gershwin. La inclusión de la canción «Stormy Weather» en Amacord de Federico Fellini refleja la influencia que ejercería en el futuro en él la música de los Estados Unidos.

Nino Rota tardaría muchos años antes de consagrarse a la composición de música para el cine. Só1o a fines de los años cuarenta inició esta actividad que desarrolló hasta su muerte en 1979, alcanzando un total de 143 partituras para diversos filmes y los más variados realizadores, la mayoría por desgracia perteneciente al cine de consumo y nunca considerada como obras de arte. También debe recordarse una actividad permanente que ejerció Rota en el dominio de la enseñanza, revelada sobre todo por los años en que se desempeñó como profesor de composición en el Conservatorio de Bari, del que llegó a ser también su director desde 1939.

En Italia, el prestigio de Rota como músico de concierto es inmensamente superior en toda consideración a su renombre como autor de partituras para el cine. Su actividad en el primer rubro es muy amplia, cubriendo prácticamente todos los géneros de la música. Entre sus óperas figuran Ariodante (1942), la farsa musical Los dos tímidos (1947) y la ópera bufa en tres actos El sombrero de paja de Firenze (1955). Fue también autor del ballet El enfermo imaginario y de tres sinfonías, en especial la que se titula Sinfonía sobre una Canción de Guerra (1947).

Entre otras partituras notables pertenecientes a la «otra música» del compositor se destacan las siguientes: Trío para flauta, violín y piano (1958); Kysteriun, oratorio para solistas, coro mixto, coro de niños y orquesta (1963); Concerto para piano y orquesta de cuerdas (1964); y Concerto para trombón y orquesta (1968). Debe agregarse a todo esto un enorme caudal de música de cámara y música vocal perteneciente principalmente a un período que se extiende entre 1934 y 1937. Todo el conjunto de esta obra inmensa en su mayoría ha sido grabada en Italia, estando en la actualidad a disposición de los interesados.

En las Emisoras de la Universidad de Santiago de Chile, en el programa «Escuchemos el Cine», se difundieron sucesivamente dos conciertos especiales el 25 de diciembre de 1990 y el 22 de octubre de 1993, ambos consagrados a la «otra música» de Rota. Entre el repertorio ofrecido en esa oportunidad se incluyó las siguientes obras:

Concerto Soiree para piano y orquesta, en una grabación registrada en vivo el 23 de diciembre de 1962 en el Auditorio de la RAI de Milano con Nino Rota como solista con la Orquesta Sinfónica de Milano bajo la dirección de Bruno Maderna. En esta pieza de concierto, como en la mayoría de las partituras que Rota escribió para diversos medios, se admira la habilidad constructiva de su música, hecha de contrapuntos de una fluidez infalible, armonías cambiantes y reiterativas en constante referencia a tonalidades sentidas como fuera de cuadro o como una imagen lejana. Hay además en ella una habilidad y destreza en el diálogo, aceleraciones y distensiones, suma y sustracción de colores, pausas, todo ello depositado instantáneamente en la memoria del oyente como una composición aparentemente hecha sólo para entretener.

De igual modo es Homenaje a Casella, una pequeña pero afectuosa y penetrante pieza para quinteto de vientos escrita en 1959. Sus cuatro movimientos parecen un saludo amable y gracioso que simula lo que un alumno quiso decirle a su maestro y nunca lo dijo.

Entre la música de Nino Rota para un medio distinto al del cine, sus Quince Preludios para piano figuran entre sus obras más delicadas. En conjunto parecen ser el peregrinaje de un caballero con alma de payaso; son preludios e imágenes nuevas revividas por el movimiento de las manos en una improvisación sobre el teclado para ser escuchadas en paz, pero con profundidad. Música que se ofrece de inmediato como un acompañamiento de los más íntimos pensamientos del oyente. Fue el 15 de mayo de 1965 cuando Nino Rota grabó personalmente en vivo como solista estos Quince Preludios en el Auditorio de la RAI en Roma.

Estos programas radiales que hemos evocado parcialmente aquí nos permiten rendir un modesto homenaje a la última expresión del arte de un gran compositor italiano del siglo veinte. En esas partitura escritas entre 1959 y 1965 es posible encontrar más de un acorde o una armonía en más de un pasaje de lo que constituye la característica de la música que Rota escribió para el cine, con ese estilo habitual que el compositor aplicó en toda su música para cualquier medio. No debemos olvidar que la música de Nino Rota era melódicamente simple y versátil, casi siempre diatónica y severa, impregnada de un carácter tiernamente sentimental, empapada de un humorismo discreto y elegante. No obstante, Rota también contribuyó con su música a crear ese paisaje apocalíptico de la sociedad contemporánea. Sus partituras auscultaban también la fisonomía de un mundo enfermo con sus convulsiones burlescas, los cánceres interiores, la ausencia dolorosa del amor, la amistad y la sinceridad; también la búsqueda desenfrenada de la diversión, de las mascaradas, del erotismo. Estos temas evidentemente trágicos están en toda su música, la del cine y la «otra», dejando así el testimonio de que fue un artista que estuvo siempre preocupado del mundo en que vivía. De todos modos, querámoslo o no, para la historia de la música Nino Rota será siempre el creador del mundo sonoro de Federico Fellini. DdO