Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 45 - Año VII, Ocubre y Noviembre 2008
LINTERNA-TURA

Rolando Naveas Leiton

Bioferonte (Caballus biopherontus, dl. latín echimos, equinus, equss. Llámase así el pariente equino del caballo, el equinus biopherontus ordinalis. De dos a tres metros de altura, gordo como el cuerpo de un hipopótamo, patas cortas con pezuña, cruz gruesa y musculosa, de fina crin overo blanco-café claro, rostro alargado, casi similar al de un alce. Los machos son más oscuros y, entre sus orejas, a lo largo de la frente, les crece un callo córneo que, además de defenderlos, los bioferontes usan para pelear a cornadas terribles entre ellos a fin de poder aparearse con sus compañeras. Las hembras suelen ser más belicosas. Su peso promedio debería ser de mil quinientos a mil ochocientos kilos. Es contemporáneo al milodonte. Wildlife, the archelogist, edit. 1933. Dr. George Campbell.)

 

Todos los días, de lunes a viernes, salgo de mi casa como a eso de las 7:30 horas para ir a mi trabajo. Vivo en el campo. Todos los días debo transitar por el camino de tierra -como digo-, las cuatro estaciones de año, con sol abrasador, con frío y hojas caídas, con lluvia y nieve, y nuevamente con flores y coloridos en que abunda un verde reverberante. Para llegar al troncal cruzo dos potreros. Primero, camino por el mío propio y, luego, por otro en que el camino desciende. Me saludan los árboles y el herbajo, los arbustos y las plantas, los pájaros y los insectos, los perros, los gatos..., el frío, el calor, el aire...

Caminaba por aquella pendiente -muy metido en mi mismo, como en una concha-, cuando sentí que se movió la tierra. Fue parecido a un tiritón, como un aviso o alarma. De inmediato sentí miedo, miedo a lo desconocido. El corazón me latió fuerte, liberé adrenalina. A mis espaldas escuché un relincho ronco impresionante: ¡¡¡gñi, gñññijara!!!, y luego vino el silencio. Me paralicé por un segundo y logré recuperarme. Alargué el paso sin atreverme a mirar hacia atrás, por si se trataba de una bioferonte hembra, pues éstas pueden morder y cocear. Ocurre que las bioferontas son muy belicosas, al contrario de los machos, que cornean con su callo o cacho frontal sin poder cocear porque son muy pesados. Continué mi camino un poco atemorizado. ¡Después de todo, no siempre se encuentra uno con un bioferonte! Aunque nunca lo vi. El camino se prolonga con el troncal de tierra que lleva a Lagunillas para luego bajar hacia el camino de cemento, cien metros más abajo. Entonces comienza lo crudo, después de pasar por un puentecito angosto que de noche es muy oscuro y en el que –dicen- se aparece la «señora». Desde ahí se escucha el ruido de los vehículos motorizados que trafican por allí. Menos mal que es de mañana. Después, un senderito pronunciado me deja en medio de unos cuantos ¡¡¡brrrum, bruuum, bruuuunn!!! que surgen por mi lado dejándome tembloroso.

2.- Letreros (dl. latín lítterarious. Frases u
 

EL ANIMAL EN CUESTIÓN SEGÚN EL AUTOR





oraciones escritas para comunicar algo. El letrero tíene su leyenda y ésta está para ser leída, lo que implica la acción de leer. Esto se llama el contenido del letrero, que tiene un mensaje dirigido a un receptor, el que lee, o sea, usted o yo, en este caso dentro del contexto campo-comidarestaurante.)

Luego, la tranquilidad. En ese momento el animal fantástico se me escapa de la cabeza y veo, como siempre, los letreros y letreritos del restaurante «El Alamito». El negocio fenece sin clientes, igual que el auto rojo que está estacionado en el patio, ahora sin limpiar, con los neumáticos desinflándose, oxidado, olvidado. Es una vetusta construcción de adobes y tejas que fueron color ladrillo, propiedad que perteneció a una familia Samudio, que era la dueña, entonces, de las hijuelas que se hallaban junto al río. Familia antigua, con curas, carruaje y todo (lo más probable es que llegaran de España). Desaparecieron todos.

En «El Alamito»’ todavía se encuentran los letreros que promocionan la comida. Hay grandes árboles y varios eucaliptos. Las hojas se han adueñado del terreno, nadie las recoge, sólo el viento las mueve de aquí para allá y de allá hasta más allá, hasta quedar atrapadas. Salvo un par de perrutecos que husmean por ahí, no se ve a nadie. Nunca se ve a nadie.

Hacia la vista sureste y norte de la carretera, letreros con fondo ladrillo oscuro y letras amarillas. Y más ofertas en letreritos sobre tablillas colgantes, una bajo la otra. Curioso: a esta hora de la mañana no me comería un sándwich de pernil, apenas un café, pero sí más tarde me tomaría unas cervezas negras apoyado en la barra del bar.

3.- Pezón (dl. latín pes, pedis, que hermosamente se le dice «capezzolo» en idioma italiano.) Miro hacia otro lado, hacia el sur. Me tapa la vista del cielo azul un hermoso cerro. Lo contemplo, miro hacia arriba. Le echo una ojeada a los viejitos de la manivela (al frente, sobre la chimenea, en el tejado de la casa blanca de barro que antaño fue molino, hay una veleta que indica la dirección del viento; ésta tiene una manivela que sujetan dos viejitos de traje negro, de modo que cuando la hélice de la veleta gira, mueve la manivela haciendo parecer que son los hombrecitos los que la mueven), luego fijo mi vista en el cerro cercano. Son las faldas de una montaña, contemplo sus formas femeninas, ese seno con su pezón, insinuadas axilas y vientre florido, muslos regordetes, maja tendida. Cambio la imagen sensual y poéticamente erótica que me he formado por otra más madre, más pachamama.

Ese pedazo de cerro que me muestra su seno matenalis sin pudor alguno, me alimenta cada mañana, muy temprano, cuando espero movilización. Es una luz de vida que alumbra por un momento el camino de mi espíritu. Veo a la mujer del bello pezón, arropadita de blancos tules en invierno, rotunda ante el sol de primavera y verano, descarnada en otoño... y continúo mirándola, observándola, contemplándola... DdO