descendiendo abruptas pistas cuando aún no levantan más que unos centímetros del suelo.
El esquí, que fue traído a Chile por los alemanes, es originario de los países nórdicos, de allí que muchos de los términos que se usan en el deporte provengan del alemán o el noruego.
En esos tiempos se hacía una especie de “esquiá” de fondo, con esquís enormes que hacían muy difícil dar vueltas. Las fijaciones no daban ninguna sujeción al esquí, más que nada pensadas para facilitar la marcha o la subida. La cuña era inevitable. A lo más, para el descenso, se usaba una graciosa técnica que consistía en doblar las rodillas y subir y bajar el tronco. Todavía no entiendo muy bien por qué. Los muy expertos solían utilizar el telemark, hermosa maniobra aún utilizada por los buenos esquiadores de fondo.
El señor Benz, sonoro acordeonista, tuvo que resignarse con los otros suizos a ocupar “la heladera”, construcción auxiliar al refugio, para seguir cantando y tocando música suiza hasta altas horas de la madrugada, hasta que decidieron construir el hermoso refugio del Club Sportivo Suizo, naturalmente en estilo suizo.
Siguió como maestro el recordado Pancho Carrasco, verdadero apóstol del esquí y de la cuña. Don Pancho, catalán, había sido uno de los tres que originaron el Club Andino y durante años subió casi religiosamente en los camiones que partían de la Plaza Italia, a las cinco de la mañana, rumbo a Farallones. Allí daba, en la “cancha de los tontos” (novicios), lecciones gratuitas de la cuña, especialmente a las chiquillas buenas mozas. Cuando empecé a aprender la técnica francesa, en paralelo, tuve serias discusiones con don Pancho, que me insistía que era un error abandonar la santa cuña. Pancho Carrasco terminó su vida viviendo en Lagunillas a cargo de los incipientes andariveles. Ambos dejaron sus nombres en las pendientes de Lagunillas: la Punta Benz, en recuerdo de don Eduardo, y los andariveles Pancho y Panchito, por el rey de la cuña. DdO