Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 46 - Año VII, Dic. 2008 -Enero 2009
EVOCACIONES

Gino Palma, desde Quebec, ginopa@sympatico.ca

ME SACO SETENTA AÑOS DE ENCIMA PARA MOSTRAR LAS FIJACIONES QUE SE USABAN. NO ENCONTRÉ OTRA FOTO QUE LAS MOSTRARA. LAS BOTAS ERAN SIMPLES BOTOTOS DE TRABAJO DE MEDIA CAÑA, A LAS QUE SE LE HACÍA UNA RANURA EN EL TALÓN PARA FACILITAR LA SUJECIÓN DEL CANDADO. ERAN, NATURALMENTE, DE CUERO (EL PLÁSTICO TOMARÍA AÚN AÑOS EN LLEGAR) Y HABÍA QUE PASAR HORAS LA NOCHE ANTERIOR ENGRASÁNDOLAS Y PULIÉNDOLAS PARA IMPERMEABILIZARLAS. ASÍ Y TODO, A POCO ANDAR SE PASABAN IGUAL, LO QUE A LA LARGA HELABA LOS PIES, QUE VERDADERAMENTE DOLÍAN COMO EL DIABLO Y AL LLEGAR AL REFUGIO HABÍA QUE SACARLAS Y PONER EL TODO A SECAR JUNTO A LA ESTUFA. LA PUNTERA METÁLICA SUJETABA EL ZAPATO FIRMEMENTE CON UNA CORREA. EL TALÓN JUGABA SUELTO Y PODÍA LEVANTARSE PARA FACILITAR LA MARCHA. NI PENSAR EN TENER DOMINIO SOBRE LAS COLAS DE LOS ESQUÍS. LA “SANTA CUÑA” ERA LA TÉCNICA INEVITABLE.


La historia de los profesores de esquí en Lagunillas es también la historia de las técnicas y de los equipos. Claro que mi experiencia es limitada entre los años 1938 -cuando siendo un piscoiro de cinco años me pusieron los palos por primera vez- y 1953, en que “colgué los esquís” por un periodo de siete años, correspondiendo con mi paso por le Universidad.

Mi primer profesor fue el suizo Eduardo Benz, que me enseñó cómo subir en tijera, a dar la vuelta “en seco” -complicada maniobra que aún recuerdan mis tobillos-, y, más que nada, el descenso en cuña que, a pesar del desarrollo de los equipos, aún utilizan los jóvenes principiantes
 
descendiendo abruptas pistas cuando aún no levantan más que unos centímetros del suelo.

El esquí, que fue traído a Chile por los alemanes, es originario de los países nórdicos, de allí que muchos de los términos que se usan en el deporte provengan del alemán o el noruego.

En esos tiempos se hacía una especie de “esquiá” de fondo, con esquís enormes que hacían muy difícil dar vueltas. Las fijaciones no daban ninguna sujeción al esquí, más que nada pensadas para facilitar la marcha o la subida. La cuña era inevitable. A lo más, para el descenso, se usaba una graciosa técnica que consistía en doblar las rodillas y subir y bajar el tronco. Todavía no entiendo muy bien por qué. Los muy expertos solían utilizar el telemark, hermosa maniobra aún utilizada por los buenos esquiadores de fondo.

El señor Benz, sonoro acordeonista, tuvo que resignarse con los otros suizos a ocupar “la heladera”, construcción auxiliar al refugio, para seguir cantando y tocando música suiza hasta altas horas de la madrugada, hasta que decidieron construir el hermoso refugio del Club Sportivo Suizo, naturalmente en estilo suizo.

Siguió como maestro el recordado Pancho Carrasco, verdadero apóstol del esquí y de la cuña. Don Pancho, catalán, había sido uno de los tres que originaron el Club Andino y durante años subió casi religiosamente en los camiones que partían de la Plaza Italia, a las cinco de la mañana, rumbo a Farallones. Allí daba, en la “cancha de los tontos” (novicios), lecciones gratuitas de la cuña, especialmente a las chiquillas buenas mozas. Cuando empecé a aprender la técnica francesa, en paralelo, tuve serias discusiones con don Pancho, que me insistía que era un error abandonar la santa cuña. Pancho Carrasco terminó su vida viviendo en Lagunillas a cargo de los incipientes andariveles. Ambos dejaron sus nombres en las pendientes de Lagunillas: la Punta Benz, en recuerdo de don Eduardo, y los andariveles Pancho y Panchito, por el rey de la cuña. DdO

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