descubrí que si las molestas con palos o ruidos, incluso monedas o billetes, se ponen bravísimas.
Yo en esos años trabajaba en el establo y mi jefe me avisó de una culebra que parece lo andaba siguiendo. Rondando por el lugar una de esas noches, al cruzar pa’l ruco escuché algo en el pasto que se arrastraba y ahí vi al huevón: le brillaban los ojos como linterna del tamaño de una taza y sacando ‘así’ un pedazo de lengua. Nosotros usábamos ojotas en ese tiempo, así que por miedo tuve que cruzarme por un potrero para no pasar cerca de él.
Al otro día, de madrugada caminé hacia el establo y al entrar vi cómo una vaca lechera se allegaba bramando a un rincón en donde el culebrón con sus tres metros enroscados en las patas delanteras de la pobre bestia mamaba afanosamente… Cómo estaría de gordo el huevón. Ahí entendí por qué el ternero no hacía juicio y su hocico estaba lleno de verrugas cochinas. Esa es la enfermedad del culebrón po’h.
Corrí a avisarle al viejo que hacía días lo buscaba. Él llevaba su carabina pero se nos escapó por entremedio de unas latas.
Días después apareció por la mañana en la chacra. Nosotros corrimos rápidamente a la calle pero él no nos siguió… llegaba hasta ahí no más. Los más grandes me dijeron que me devolviera para verlo. Estaba enroscado entre el maqui y el durazno. Ahora pude verlo con claridad, era bien negro y tenía la guata plomiza, como plateada. Tenía cerdas en su lomo, como de chancho, y la cola puntuita. Yo creo que era de rulo y de agua este putamadre. Me dio un tremendo susto. Los gritos lo espantaron de nuevo y no volvió a aparecer. Se escondió entre las hojas secas. Hasta que una tarde se perdió una niñita que salió a jugar al patio, cuando tenía como ocho años. La señora Rosa, el Caña y el Juan, sus parientes, la salieron a buscar. Pasaron las horas y al caer la tarde, horrorizados, la encontraron: el culebrón la había arrastrado al sector de Las Vertientes. Tenía su pechito al aire y las piernas desgarradas a mordiscos.
Don Juan, aún aurismao, vio algo esconderse entre las chilcas. Corrió y haciéndose de valor, con un palo lo corretió y lo corretió logrando darle siete certeros garrotazos. Ya atontado, don Juan logró afirmar al reptil con una horcaja de un maqui apretando su gorda cabeza, que era el doble de un puño humano. El animal seguía retorciéndose, tuvo que ayudar el Caña con una pala y así lo lograron tirar al río Yeso, medio muerto y tirando coletazos.
Hasta el día de hoy al sector de los rodados Las Gredas se le llama “la vuelta de la culebra” en recuerdo de este hecho… Es que tiene mucha historia ese pedazo de camino… Sólo es nuestra fauna indómita la que entre cerros y quebradas nos mira al pasar desde una inocente pirca de piedras o una simple mata de pasto seco.
RELATO RECOPILADO POR JOSÉ PACHECO CÁRDENAS EN CONVERSACIONES CON DON DOROTEO MARTÍNEZ, DON JOSÉ GÁRATE Y DON IVÁN MARTÍNEZ, A QUIENES SE AGRADECE.