góndola con recorrido Santiago - El Volcán que se había caído al río antes de llegar a Melocotón y permanecía debajo del agua tapada por completo. Desde luego que la compró, rescatándola y comenzando el recorrido diurno. Salían de Plaza Italia (Baquedano) a las 07:30 y volvían más o menos a las 18:00 ó 19:00 horas. Partiendo de este hecho, y dado que se habían iniciado las obras para construir la planta hidroeléctrica de Queltehues, aumentó la flota, que quedó compuesta por:
1) Góndola blanca (rescatada), Chevrolet, 1937, 4 puertas.
2) Colectivo naranja con techo negro, Ford, 1935, 2 puertas.
3) Góndola blanca, G.M.C. con motor Buik, 1931, 4 puertas.
4) Microbús azul, Ford, 1939, 2 puertas.
5) Microbús colorado (rojo), Dodge, 1939, 2 puertas.
Muchas veces me llevaban en un asientito auxiliar al lado del chofer y fui aprendiendo a conocer la rutina del manejo y las paradas de viaje. Desde Puente Alto hacia delante, todo el trayecto era camino de tierra, salvo el tramo del pueblo de San José de Maipo. En este pueblo el micro paraba diez minutos (nominales) para tomar desayuno. Descendíamos el chofer, el cobrador y yo, hacia un comedor privado en el Bar y Restaurante La Playa, en la calle principal, pasada la plaza, donde comíamos un bife con dos huevos fritos y una taza de té o café, todo esto totalmente gratis por gentileza del dueño (para que no fuéramos a otra parte).
La primera vez que fui en el colectivo naranja, en un viaje especial con esquiadores y andinistas del Club Andino Alemán ( DAV.) hasta el refugio que tienen en Lo Valdés, me tocó ver, en el viaje de subida, un pequeño arroyo de no más de un metro de ancho con unas aguas barrosas que, en el viaje de regreso, en la tarde, ya se había convertido en un ancho caudal de varios metros, muy profundo y lleno de una masa espesa de lodo con muchas piedras y de un color amarillo (rodado amarillo), lo que hacía imposible cruzarlo con el vehículo. Se bajaron todos los pasajeros (jóvenes arios, altos y empeñosos) y empezaron a tirar grandes rocas al cauce de barro durante mucho tiempo, mientras mi padre y el chofer -Ramón (Tito) Cortés-, con palas y botas altas, se metieron al barro para acomodar lo mejor posible una pista para atravesar el vehículo. Creo que pasaron como dos horas… Cuando estaba casi listo para ser atravesado, se producía como una ola de barro, que se desplazaba lentamente y se llevaba las piedras acumuladas, y había que empezar de nuevo. Cuando se estimó que se podía pasar, se metió el colectivo solo, siendo empujado por todos los pasajeros con el barro hasta las rodillas, y se siguió el viaje a Santiago. DdO