Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 49 - Año VII, Invierno 2009

ANTONIO GIL

Ese personaje multifacético e irrepetible que fuera don Benjamín Vicuña Mackenna, profetizando (porque tenían algunos políticos de entonces ese don que por desdicha han perdido) las urgentes necesidades de agua de un Santiago que imaginó sediento a corto plazo, dado que bajo su Intendencia (1872 a 1875) la ciudad se hallaba en un proceso de franco crecimiento, ve don Benjamín en la Laguna Negra las reservas necesarias para abastecer a la capital de este misterioso y mágico elemento, cuyo real valor sólo se descubre cuando nos falta. Escritor, historiador, político, era don Benjamín también un hombre de acción. Es así que pide a su amigo el fotógrafo y pintor Francisco Luis Rayo lo acompañe en un viaje de exploración a la Laguna Negra, donde el artista hizo una importante cantidad de fotos, una docena de las cuales ilustraron el libro que publicó el historiador posteriormente. A lomo de mula suben las empinadas laderas y quebradas que llevan a ese misterioso ojo de agua, del cual bebemos los santiaguinos sin saber. Cosa que no es rara, porque «no saber» se ha convertido en parte esencial de nuestra deteriorada condición, en medio de la velocidad, el ruido y las apetencias sin sentido de que somos presa los capitalinos. Las obras de canalización le fueron encomendadas, por el infatigable intendente, al brillante ingeniero Luis Lagarrigue. Recuerdo haber visto en mi infancia, varada en una de las yermas y pedregosas orillas de la laguna, los restos descoloridos de un bote a remo que, se aseguraba, había sido utilizado por Vicuña Mackenna para navegar las gélidas aguas junto a su amigo el fotógrafo Rayo. Ahí estaba ese mudo testigo de una potable epopeya decimonónica, la misma que no se concretaría en su totalidad hasta 1917, año que terminó de construirse un acueducto de 90 kilómetros de largo para aprovechar las aguas de esa purísima y magnificente laguna cordillerana. Drenes Azulillos y el Canal Romazas, además de diversas quebradas en el Cajón del Maipo, en especial Manzanito, San Nicolás, La Cascada, San Gabriel, Coyanco, San José, El Manzano Bajo y El Canelo, contribuyen con sus torrentes al Acueducto de Laguna Negra. La ciudad de Santiago bebe de ese prodigioso manante. Y bebe de la imaginación y la inventiva de un hombre íntegro y generoso patriota al que dedicamos aquí un emocionado recuerdo. ¿Estará todavía su viejo bote acostado sobre la rota cuaderna en la áspera rivera? Lo dudamos. Se habrá vuelto una hoguera para asar las truchas sacadas por generaciones de pescadores, más o menos furtivos, que arriban con sus cañas hasta ese lugar de otro planeta. Alzo mi vaso de clorada agua lacustre, para brindar por don Benja, por el pintor y fotógrafo Rayo, por el bote que recuerdo entre sueños. Y por las legiones de trabajadores que hicieron posible ese sueño, cuando los sueños eran posibles, porque había hombres con voluntad para que así fuera, levanto un vaso de tinto matapenqueros. Cuando menos aquí, en Dedal de Oro, habemos algunos que, con cariño, nos acordamos de ustedes y su tarea de machos titánicos. DdO

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