Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 50 - Año VIII, Primavera 2009
LAS HISTORIAS DE DON BETO
EL GUARARA, TEODORO,
EL LOCO MATÍAS Y EL BIGOTITO
Recordaremos a algunos personajes de los que tengo vagos recuerdos y que conocí cuando era niño. De algunos no sé su nombre, sólo el apodo.
HUMBERTO CALDERÓN FLORES

El Guarara, que día a día estaba en la estación del ferrocarril militar. El tren llegaba a las 10:30 y él, por una pequeña propina, ayudaba al transporte de bultos hasta los coches (tirados por caballos) que llevaban a los enfermos de TBC que llegaban a reposar en la Casa de Salud, el Hotel Francia y la Residencial Latorre; o también a los familiares y niños que permanecían en el Preventorio de la Cruz Roja Infantil.

Teodoro -es probable que ése sea su nombre- era un hombre relativamente bajo, ancho de cuerpo, cara redonda, barba rala. Generalmente vestía ropa café. Desconozco dónde vivía, sólo se
 
le veía deambular por las calles del pueblo. Tal vez vivía de la caridad o de algún trabajo de allegado… Eso sí, su condición psíquica era anormal, pues le parecía muy mal que se le apuntara con el dedo diciéndole: “Teodoro-tún”. A quien lo hiciera, lo seguía para golpearlo o le lanzaba piedras. Así, en cierta ocasión venía yo desde mi casa y en la esquina de la Calle del Medio (hoy Comercio) con Dos Sur me encuentro con un grupo de niños que corriendo y riendo pasan por mi lado. Sin saber lo que pasaba, doy vuelta la esquina y me encuentro de frente con Teodoro, quien, al verme, me da un puñetazo en el pecho y me deja sentado en el suelo, sin saber yo la causa de ese proceder. Teodoro continuó su camino y después me di cuenta de que esos niños corrían porque le hicieron “Teodoro-tún”… y fue en mí en quien descargó su ira…

El Loco Matías era Segundo Matías Poblete. Fue minero en sus años mozos, lo que quedó grabado en su mente trastornada. Se paseaba por el pueblo con un saco en el brazo, donde llevaba algunos alimentos de su afición minera. En esos años las calles del pueblo no eran pavimentadas. El escaso tránsito de vehículos, en ambos sentidos, era por la Calle del Medio, que a ambos lados tenía una acequia que servía para regar la calle polvorienta dos veces al día de Cañada a Cañada, trabajo que hacía con un balde Carmelo Cataco. Además, por la orilla había árboles, plátanos orientales que se podaban todos los años. La gente recogía estas varillas que más adelante servían para combustible, o los niños las tomábamos para jugar haciendo arcos para lanzar flechas. Algunas más gruesas nos servían de caballos de palo, a los que les poníamos riendas con un cordel. Con estos caballitos se hacían topeaduras o carreras. Pero bueno, volvamos al Loco Matías: le daban comida por la puerta del Sanatorio Laennec a la hora de almuerzo. Él llegaba antes y viendo agua en la acequia sacaba un plato de lata de su saco y con él se ponía a challar el sedimento que arrastraba el agua y nos decía: “Ven, miren, aquí en el fondo de la challa queda Oro Golfan…” ¿Qué era eso? Nunca lo supe, sólo veíamos granitos de arena. Un día el Loco Matías desapareció sin dejar rastro. Alguien dijo que lo llevaron al opendor (Open Door, hoy Sanatorio El Peral), donde tenían a los orates. En esos años el hospital Sótero del Río se llamaba El Peral y fue construido para tratar a enfermos de tuberculosis. Los pacientes del Open Door (puertas abiertas) salían a caminar por ese camino desolado y polvoriento. Muchos de ellos vestían uniformes del ejército o de carabineros dados de baja. En repetidas oportunidades estos enfermos, que desconocían el lugar y no se ubicaban, salían a caminar y llegaban hasta nuestro pueblo, siendo devueltos por carabineros o en la ambulancia.

José María, El Bigotito, fue un buen trabajador de campo a pesar de ser mudo y deficiente mental. Le parecía muy mal y agredía con puños o piedras al hacerle señas de bigotes con la mano en la boca. Trabajó en lo que fue el fundo San José. En una ocasión lo tenían al Bigotito deshojando los choclos de cosecha y el administrador del campo tenía que venir al pueblo. Dio indicaciones a su hermana para que a las 12:00 lo llamara a almorzar. La hermana, Raquel, sabía que era sordo y preguntó: “¿Cómo lo llamo si está trabajando?” Él respondió: “Te acercas, le golpeas la espalda con la mano, le haces señas de bigotes con la mano y él sabe que es hora de almuerzo”. Raquel, siguiendo las indicaciones dadas, hace lo que debe. Ante eso, el Bigote reacciona violento y le comienza a lanzar los choclos. Ella arrancó y tuvo que permanecer encerrada en la cocina hasta que llegó de vuelta el administrador, a quien el Bigote recibió muy enojado con Raquel. El administrador sabía muy bien lo que había pasado y se reía. Hizo como que le llamaba la atención a Raquel delante de Bigotito, entonces éste se tranquilizó y almorzó. El relato de esta Historia lo escuché de boca del propio administrador, en presencia de la señorita que tuvo que correr para evadir la lluvia de choclos lanzada por del Bigotito. DdO

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