Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 50 - Año VIII, Primavera 2009
LINTERNA-TURA
ROLANDO NAVEAS LEITON
¡Bip, bip, bip! -el despertador del celular, duermo, no quiero despertar, nada de abrir nuevamente los ojos, anoche soñé que me ahogaba en un caudaloso río pero desperté vivo- ¡bip, bip, bip! Lo apago. Mi hijo pequeño que duerme conmigo cuando le da lata, también despierta, estoy dándole la espalda, me la rasca y hace un ruidito de niñito mañoso despertando, acurrucado detrás de mí. Me decido, creo que es más tarde, pero no, sólo han pasado algunos segundos después del llamado del despertador. Echo pie a tierra, me da frío, tengo que ir al baño, de paso por la cocina enciendo el hervidor y prosigo somnoliento. ¡Mierda, no hay agua en el estanque! Me pongo un pantalón de buzo, salgo a la frialdad del patio, son poco más de las seis treinta de la mañana, tomo mi bastón y camino cien metros potrero arriba hasta la bocatoma sorteando baches y malezas húmedas. Llego extenuado, me duele terriblemente la cadera, estoy cansado de tomar tanto analgésico. Arreglo el desperfecto, se me hielan las manos al introducirlas en el agua del canal. A duras penas y entre quejidos logro ponerme de pie y salir del agua corriente con mis botas de goma casi inundadas. Vuelvo a la casa, el agua ha hervido, me sirvo un café, entro a la pieza, Fredito -mi hijo- se restriega los ojitos, ve tele sin volumen, le sonrío -papito, te quiero- me dice. ¿Dormiste bien?, le pregunto, no responde, estira los brazos para que lo abrace. Bebo café
 


sentado en la cama a su lado mientras consumo una tortilla de tabletas para mis achaques: presión, artrosis de fémur, depresión severa mayor, dolor al pecho… Uña de gato, vitamina B-12… Papi, ¿cuándo me vas a comprar un cómic? Voy a ducharme, en el espejo soy un desastre, párpados hinchados, pómulos sobresalientes, ojos rojos, piel cetrina, mal aliento. Termino mi aseo con un buen lavado dental, me peino, ya tengo colonias y desodorantes encima, una mochila con los bártulos que utilizo en mi trabajo. Salgo de la casa y miro el cielo, será un día soleado y caluroso, los cerros y árboles se desperezan, los pajaritos son los más animosos. Y yo ya estoy de nuevo en el día. Vuelvo donde Fredito y me despido de él con un beso, pórtate bien, le digo, sí papá, no vayas a la pieza de tu madre muy luego, déjala dormir, descansar, sí papá, te quiero, yo también hijo, te quiero mucho, le respondo. Me marcho en silencio, bendigo mi hogar, le pido a Dios, a la Virgen y a los Ángeles, que protejan mi casa a Ursula y Fredito. Me persigno y camino.

De lunes a domingo mi vida es una rutina, una rutina muy particular, pues cada día tiene la suya, no lo soporto, eso del lunes, el mismo lunes, el mismo martes, el mismo miércoles, el mismo jueves, el mismo viernes, que es cuando Fredito y yo pasamos el fin de semana solitos, pues su madre viaja a estudiar y a visitar a sus familiares y amistades en Santiago (vivimos juntos pero separados, ¿se entiende?). La rutina del viernes es juntarse con un par de amigos después del trabajo a comer algo, a beber un poco de vino, conversar, conversar, conversar y terminar tomando capuchinos en la plaza del pueblo. Luego a casa, a esperar el furgón que trae a mi niño de vuelta del colegio. Lo recibo, jugamos, cenamos y nos acostamos a ver un poco de televisión hasta que nos da sueño y nos vamos con Morfeo, Fredito a soñar con los angelitos y yo con el diablo y bellas ñustas que me ofrecen su cuerpo sin pudor alguno. Afortunadamente, en la rutina del sábado no suena la alarma del celular, así que sólo me despiertan los rasquidos cariñosos del niño en mi espalda, y comienzo de nuevo la rutina, más agradable esta vez, pues es fin de semana con Fredito. Las de lunes a viernes, sin soportarlas, las resigno y me hago cargo de que sólo es eso. Ese paseo por la plaza del pueblo. Compras de cachureos para satisfacer los gustos de mi pequeño tirano. Antes me tomaba unas cervecitas, pero al niño (ni a Ursula) les gusta este hábito, así es que el estado etílico se derrumba por cero consumo. Así que una bebida y un cigarro barato por ahí mientras Fredito me grita “chao papá” cuando pasa por mi lado raudo, pedaleando en uno de los autitos de lata que arriendan unas simpáticas señoritas del lugar. Las tardes son largas y calurosas en este campo. Volvemos a casa, nos entretenemos en algo, Ursula llama a veces para saber cómo estamos y contarnos algunas parcas novedades. Eso, cena, cama, televisión, tuto, que sueñes con los angelitos, Fredito, y tú también, papá. Hasta el día siguiente, domingo. La mamá de Fredito vuelve por la tarde, en la mañana hago el mejor y más motivado aseo y orden que puedo realizar y nuevo paseo por el downtown. Más tarde Ursula probablemente alegue que no se ha hecho aseo, eso dice cuando vuelve a casa. Retorno a mi dormitorio por la noche, me entero de las noticias, si ganó o no ganó el Colo-Colo y el afroamericano en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Apago el televisor y las luces, enciendo una vela y algún incienso en mi altar, oro al señor, me acomodo en mi cama y me dispongo a dormir (en ocasiones vuelve Fredito a dormir conmigo pese a que él tiene su propia pieza, con cama, juguetes, libros y demases). Me duermo pensando en que estoy en plena cordillera alojando en una carpa bien abrigadito. En el dormir, vuelven mis sueños poco amables y aguardo con inquietud el nuevo despertar después del horrendo y necesario ¡bip, bip, bip!, y lo mismo, sin soportarlo me resigno a esta naturaleza perpetua de mi vida (¿hasta mi muerte?).

Pero no, estoy dormido, camino por un sendero desconocido rodeado de naranjillos, el paraje me parece amistoso, hay un túnel frente a mí (el tópico de siempre), me dirijo hasta él sin temores, la boca de entrada es oscurísima, presumo que dentro del túnel no se ve absolutamente nada y así es pues mientras me adentro en sus fauces voy quedando primero en penumbras y más adelante en la más plena oscuridad, oscuridad, ojos abiertos, pero oscuridad, nada, frescor, corriente de aire helada, da un poco de temor, una especie de miedo adrenalínico, doy pasos de ciego, a tientas, me encuentro en el ancho negro, perdido en el angosto oscuro, en el largo y espeso negro. Gotas de napas más frías aún caen sobre mi cabeza, escalofríos, voces, una voz, la voz de las paredes, voz lítica -s o p ó r t a l o- paralizado, me tiritan las piernas. ¿Alguien me podrá tocar en esta terrible oscuridad? Resuelvo controlarme a como dé lugar, respiro profundo y continúo caminado con mis brazos extendidos, choco con las paredes, busco el centro y la extraña voz me persigue como un susurro extraño y anáfono: SSOOPPÓRRTTAALLOO. Los minutos pasan, sigo avanzando lentamente, el tiempo y el espacio pierden dimensión, tap, tap, tap, los sonidos de mis pasos impulsados por una fuerza y determinación misteriosa. De pronto, una tenue luminosidad al fondo, esperanza, camino más seguro, resuelto, allá al fondo una luz, al fin el final, ¡el término del túnel!. La boca del extremo se enancha y sí, afuera hay luz de día, emerjo de la holoturia de roca y encuentro un paisaje insólito, bellamente desconocido, inimaginable, verdor y colorido múltiple de alegres flores silvestres, montaña y sol, inmenso, grande, varios soles juntos, calidez, mi asombro me enternece, pues había perdido la capacidad de asombrarme, ¡todo es tan hermoso!

A pocos metros de donde me encuentro hay un olmo y bajo su sombra una anciana muy anciana sentada en actitud contemplativa. La saludo con una reverencia. Ella se limita a mirarme y asiente levemente con su cabeza. Todo es silencio. Pájaros azules y finos cruzan el cielo, se huelen todos los aromas gratos, es un mundo mágico. Camino adentrándome en el maravilloso paisaje y me doy cuenta de que el lugar corresponde a una imagen de cuando niño. En ese mundo se podía creer que se estaba en el cielo, o en otra dimensión. La imagen que pensabas se aparecía ante ti cual arcoíris. Viracocha en los Andes, Confucio y sus discípulos, Jesucristo caminado sobre las aguas, vírgenes, ángeles, María Madre, Hermes, Osiris, etc. Una flor me sonrió (¡eso!), decenas de conejitos de distintos colores correteaban a mi alrededor, millares de mariposas e insectos tornasolados, gallardos huemules dorados, unicornios, perenquenques, baluchiterios, bioferontes, tigres rojos juguetones, aguas cristalinas en cuyo fondo se podían ver los huevos azules de las ágatas. Sobre un montículo, entre delicados árboles, una casa de seta gigante donde vivía un ermitaño (eremita del espíritu). Salió a recibirme con una sonrisa. Has descubierto el paso, me dijo. ¿El paso?, pregunté. Sí, el paso que conduce hasta acá, pero es sólo un camino para los muertos, y no es tu caso, tú únicamente has tenido el privilegio de conocer la dimensión a donde vendrás cuando termine tu labor en la Tierra. Ahora todo te parece nefasto y aburrido y es porque no has sabido mirar. La flor que observas y riegas tarde a tarde, el aire diáfano que respiras, el agua que bebes, el alimento, el sol y la luna, eres tú mismo. Soporta lo que no quieres soportar y verás cuán feliz serás. Escuché y miré con detención al hombre barbudo que me hablaba y se parecía a mí, aunque su mirada era clara y su rostro fresco, movimientos pausados, mucha serenidad. Le agradecí sus palabras y volví sobre mis pasos en dirección al túnel, crucé frente al olmo donde se hallaba la venerable anciana, le hice una nueva venia, ella me miró y me despedí por ahora de ese mundo. ¡Bip, bip, bip! ¡Arriba! Me siento energetizado, despejado, contento, inmediato. Fredito empieza a despertarse, se estira, refunfuña, comienzo mi día con nuevas expectativas, la espera es suave, rosas sin espinas.

Papito, dime hijo, te quiero papito, yo también te quiero Fredito, déjame abrazarte y darte un beso, ¿amaneciste contento papito?, sí mi amor.

SAN JOSÉ DE MAIPO, NOVIEMBRE DE 2008

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