Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 51 - Año VIII, Verano 2010
PALABREANDO
de tronos, paredes, cuernos y príncipes…
VANIA RÍOS MOLINA

Reyes, reinas, emperadores, señores poderosos. A lo largo de la historia han sido muchos los soberanos que han quedado registrados en las enciclopedias del saber universal, ya sea por su forma de gobierno, la extensión de sus dominios o el número de batallas ganadas. Pero además existen otros aspectos que los han hecho reconocibles a través del tiempo. Como sabemos, cuando no se está preparado para manejarlo, el poder puede corromper y hasta desequilibrar mental y emocionalmente a quien lo detenta. Hay variados casos. Al emperador romano Calígula, por ejemplo, más que por sus obras se le reconoce por haber nombrado cónsul a su caballo Incitato. Algunas leyendas dicen que Juana I de Castilla, la famosa «Juana la Loca», mantuvo el cadáver de su marido -el recordado rey Felipe el Hermoso- guardado en su ataúd sin enterrar durante varios meses embargada por la pena ante su muerte. Algunas costumbres reales también han tocado al ámbito del lenguaje, dando origen a numerosos dichos populares y frases pronunciadas cotidianamente por todos y que vale la pena conocer por lo insólito o divertido de su procedencia.

Sentarse en el trono

Cierta ocasión, compartiendo con varios invitados en casa de una amiga y luego de cenar, uno de los comensales se paró de la mesa diciendo ¡permiso, me iré a sentar al trono un momento!, lo que sacó varias carcajadas entre los presentes.

Alguien preguntó a qué se refería nuestro camarada con eso de sentarse en el trono. Recordé haber leído en el libro Dichos, frases y refranes con historia, de Héctor Velis-Meza, acerca del origen histórico de aquel dicho, que cuenta que hace algunos siglos era habitual que muchos tronos reales tuvieran un amplio orificio en sus asientos para que los monarcas hicieran sus necesidades fisiológicas más urgentes sin tener que “moverse de su escritorio”. Según el autor, debajo del trono se instalaba una palangana, la que era retirada por los empleados una vez que se llenaba de fecas y orines y
rápidamente reemplazada por otra. De este modo, muchos reyes concedían audiencias sentados en dichos tronos agujereados, como fue el caso de Isabel la Católica o Luis XIV, que sin perder tiempo evacuaban el vientre mientras atendían sus asuntos de Estado.

Las paredes tienen oídos

Seguramente le ha ocurrido: mirar hacia todos lados antes de contar un secreto o llevarse a su confidente a un rincón discreto teniendo que advertirle… ¡cuidado, las paredes tienen oídos! ¿De dónde viene esta expresión? Según pude investigar, este dicho procede de Francia, del tiempo de las persecuciones contra los hugonotes (protestantes) que culminó en la histórica Noche de San Bartolomé o Noche de los cuchillos largos, episodio sangriento de las luchas religiosas que asolaron Francia en la segunda mitad del siglo XVI. El hecho fue promovido por la reina Catalina de Médicis, quien instigó a los católicos a llevar a cabo la matanza. De acuerdo a algunos historiadores, en aquellos tiempos Catalina mandó construir en las paredes de sus palacios conductos acústicos secretos que permitieran oír lo que se hablaba en las distintas habitaciones para así poder controlar cualquier conspiración en
su contra. Con el tiempo, la frase pasó a ser utilizada como señal de advertencia y precaución acerca de lo que se dice en un determinado momento y lugar.

Poner los cuernos

¿Habrá alguien que no haya sabido de algún caso de infidelidad? Una vecina, un amigo, un familiar, un chisme en la tele… No me gusta meterme en líos, pero por cosas del destino una tarde vi a una vecina en actitud sospechosa, tomada de la mano de un hombre que no era precisamente su esposo… A uno le están poniendo los cuernos, me dije, y seguí mi camino. Llegué a casa pensando en qué relación puede haber entre la cornamenta de un animal y la figura de un hombre engañado por su mujer. Investigué y encontré una de las acepciones para la palabra cornudo en la Rae, que corresponde al marido cuya mujer le ha faltado a la fidelidad conyugal. Una versión que trata de explicar este vocablo -nos dice Héctor Velis-Meza- la entrega el autor cubano José Z. Tallet, quien señala que el origen de los cornudos -como esposos engañados por su mujer- se remontaría al siglo 12. En aquel entonces, el
emperador Andrónico I Comneno de Bizancio, muy enamoradizo, elegía para sus reiteradas y apasionadas aventurillas extra conyugales a las esposas más agraciadas de los funcionarios claves de su corte. Y para mantener tranquilos y no estropear la relación con sus servidores, los compensaba. Cuando enamoraba a la mujer de uno de sus colaboradores, discretamente lo citaba a palacio y le entregaba en usufructo un extenso territorio donde cazar, para su uso exclusivo y el de sus amigos. Además, al marido engañado se le otorgaba el derecho de fijar en la entrada de la propiedad una llamativa cornamenta de ciervo, para advertir que no se podía recorrerla sin autorización del dueño. Al saberse la noticia, todos los habitantes del pueblo entendían que el favorecido por este presente real estaba siendo engañado por su esposa y nada menos que con el emperador. Ante esta situación, se guardaba un decoroso silencio público pero, a espaldas del afectado, todos se reían y burlaban de su condición de cornudo. De este episodio histórico habría nacido esta expresión para referirse a los maridos ingenuos que no se dan cuenta de que sus esposas hace un buen rato están mirando para el lado.

Príncipe azul

¿Se ha preguntado por qué al hombre soñado, símbolo del amante cariñoso y perfecto se le llama príncipe azul? Pudo ser príncipe rojo, morado, en fin. Pues bien, la historia cuenta que en la época renacentista en España se creía que por el sistema circulatorio de la realeza corría sangre azul, esto porque a simple vista se percibía que sus venas presentaban aquella coloración. La explicación a esto era posiblemente el desgano y la calma de los aristócratas, que se movían poco pues tenían muchos sirvientes que realizaran todas las tareas. En los cuerpos poco activos la sangre circula a menor temperatura porque transporta menos oxígeno, lo que hace que las venas presenten una coloración azul pálida. Velis-Meza nos cuenta que seguramente este
fenómeno fue advertido entre los miembros de la corte hispánica originando la falsa creencia de que la realeza tenía sangre azul. Con el tiempo se asoció a este varón de sangre azul con el ideal de mozo delgado, etéreo, delicado y muy blanco con el que toda doncella soñaba pasar el resto de sus días. Finalmente la expresión príncipe de sangre azul se abrevió simplemente a príncipe azul.
Volver a Inicio