Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 52 - Año VIII, Otoño 2010
SABER
Temblores de la tierra y el alma

En todas las culturas antiguas, los sabios, maestros y profetas estuvieron siempre conscientes de que la psique humana posee poderes que se ejercen sobre las cosas, los sucesos y los demás seres, aun sin que el sujeto lo haga consciente. Dicho en un lenguaje moderno y de acuerdo a lo que la psicología analítica enseña hoy, el acontecer objetivo es siempre un correlato analógico del acontecer interior de las personas y comunidades. De modo que a nosotros no nos puede suceder cualquier cosa al azar, sino aquello que por analogía ya estamos viviendo interiormente. Es lo que Karl Gustav Jung llamó “sincronicidad”. Pero no es que el fenómeno haya sido descubierto por Jung, sino que él lo hizo consciente para la ciencia occidental dominada por la lógica clásica (principio de causalidad), en tanto que en la sabiduría de otras culturas fue siempre una verdad básica y un supuesto obligado para explicar los acontecimientos fastos o nefastos.

Todo lo anterior para decir que, como acontecimiento nefasto, los terremotos son la especialidad de Chile.

Al considerar la actividad sísmica de este país, es obvio que siempre habrá explicaciones científicas que no están demás y una problemática muy compleja que resolver en el plano de los daños a las personas, los bienes, las comunicaciones, el patrimonio, la economía y las conductas antisociales de los que se aprovechan para beneficiarse con la desgracia ajena. Pero, curiosamente, son cada vez más numerosas las personas que, sin conocer a Jung ni al I CHING (ver ilustración), espontáneamente han buscado una explicación a propósito del último terremoto, que no tenga nada que ver con todo eso, sino con el alma nacional, como si intuyeran que puede haber una relación entre lo que los hombres hacen y lo que les ocurre, como reacción de la naturaleza, a sus actos y a su índole como personas. Lo cual va más allá, incluso, de las malas políticas ambientales, esto es, saqueo del patrimonio forestal, contaminación del aire y de las aguas, interferencia de la industria en los ecosistemas, calentamiento global por emisión de C02. Algo que más bien se relaciona con el comportamiento ético y el estado espiritual de la nación... Como si los fenómenos de la naturaleza, fastos o nefastos, fueran de algún modo una respuesta a nuestro buen o mal comportamiento como colectivo.

Si todos los pueblos de la antigüedad lo percibieron así, quiénes somos nosotros, a estas
 


EL I CHING (LIBRO DE LOS CAMBIOS) ES UN LIBRO CHINO DE SABIDURÍA CUYO ORIGEN
SE REMONTA AL AÑO 1200 A. C. SE UTILIZA TAMBIÉN COMO LIBRO ORACULAR. LA
IMAGEN MUESTRA LOS 64 SIGNOS QUE REPRESENTAN SUS CAPÍTULOS.
alturas de la historia, para decir que estaban equivocados. Ningún pueblo antes llevó a la civilización humana al grado de riesgo de colapso total a que la hemos llevado nosotros, de modo que si de estar o no equivocados, nosotros tendríamos mayor posibilidad de estar en el error.

El hecho es que la ciencia, hoy, le ha dado carta de ciudadanía y legitimidad a la «sincronicidad» de Jung, para poder afirmar que en la actualidad hay pruebas de sobra que nos indican que los pueblos de la antigüedad no se equivocaban y que, efectivamente, las coordenadas de tiempo y espacio de que está constituida la realidad se relativizan, se vuelven elásticas y hasta pueden desaparecer bajo el influjo de una función psíquica, dejando de ser dimensiones fijas de lo real.

Así se explica por qué la salud mental de una comunidad o nación, con el correr del tiempo, va preparando gradualmente las condiciones capaces de generar los acontecimientos fastos y nefastos que comprometen a todos. Tal es el sentido de la célebre frase del Buda que dice: «Eso que piensas, eso te sucederá», y por qué Moisés, antes de morir, predijo la destrucción de la futura Jerusalén como consecuencia de un alejamiento del pueblo del cumplimiento de la Ley fundamental fijada por Iahvé.

Aquí, en nuestro Chile, podemos empezar a sospechar, entonces, que el hecho de que cada presidente inicia o termina su período con un terremoto, es un hecho que trasciende la pura problemática de las placas tectónicas... Algo anda mal en el alma nacional y eso que anda mal no puede ser definido mediante los expedientes racionales ordinarios. Es algo que se relaciona con la pérdida de la calidad de “pueblo” para transformarnos sólo en una masa amorfa. Se trata de algo muy serio, para cuyo entendimiento basta llamar la atención sobre lo siguiente: los pueblos tienen identidad, tienen fe, virtud, sabiduría, creatividad, gozo de vivir. La masa ha sido despojada de esas cualidades por la interferencia de un modelo de civilización que mecanizó nuestra mente y nuestra vida, haciendo tabla rasa de nuestras características identitarias; un modelo que para lograr sus objetivos no necesita de la fe, ni de la virtud ni de la sabiduría. Despojados globalmente de todo ese legado cultural, hemos ido dejando de ser personas, nuestra creatividad se ha reducido a cero. Dependemos de una maquinaria que no necesita de nuestra calidad individual, porque en realidad somos sólo un número más entre otros números… Hemos sido globalizados, por eso nuestra vida se ha vuelto cada vez más monótona, desprovista de encanto, de estética, mientras nuestro sistema nervioso, esforzándose por adecuarse a esa globalidad, se altera cada día más y nuestra mente se empequeñece y nuestra existencia se empobrece. La TV introduce en nuestros hogares la banalidad y la vulgaridad, la grosería y la violencia, como un ingrediente tóxico invisible que degrada nuestra concepción del mundo, del hombre y de la vida. Así, en esa degradación, no es raro que germinen en todas las naciones del mundo conductas antisociales cada vez más graves.

Hay un aforismo del sabio chino Lao Tse que dice: «Cuando los hombres ya no temen lo que realmente debe temerse, lo peor puede ocurrirles».

¿Y que es eso que debemos temer por sobre todo?

El dejar de ser personas y pasar a integrar la masa amorfa en la inconsciencia y la insensibilidad. Esa masa que no considera la vida como un don, sino sólo como un problema, el cual se soluciona con recursos financieros, tecnología apropiada y capacitación.

Para esa gran masa y sus gobernantes (que demuestran no entender el problema o se sirven de nuestra inconsciencia) es que la madre tierra tiene reservado el REMEZON. El remezón es para despertarnos. Pero cabe preguntarse: ¿despertaremos realmente para tomar conciencia de que hemos sido masificados y que nuestro país figura muy próximo al primer lugar entre los que tienen graves desigualdades sociales?

Volver a Inicio