No será una añoranza por esta vez. Sólo cuentos acaecidos este mismo año. Sucede además que mis convicciones ateas dejan de serlo en cuanto atravieso el puente de El Colorado. La Lola adquiere realidad tangible. Es mi madrina que vive en la cumbre del Purgatorio, cuidando y vigilando mis pasos. También adquiere esa misma realidad el hadita de Dedal de Oro, que me ha puesto en contacto con mi prima Ivonne, con mi amigo lagunillero A. Rey...

Pero esta vez me depara la mejor de las sorpresas: un tal Torreblanca aparece en la pantalla de mi computador. Ha estado leyendo mi serie sobre los profesores de esquí en Lagunillas. Y vio mi dirección en internet. Lo más importante es que es nativo de San José y vive también en Quebec. Un corto intercambio me permite determinar que somos aun más: vecinos. Nos vemos en mi casa.

José Miguel (el Coté) es un activo esquiador que hace clases de esquí acrobático en Mont Trembant. Somos invitados a celebrar juntos el Dieciocho en su casa. Es fácil ubicarnos. Para llegar donde el Coté, una emocionante bandera chilena ondea en su casa de estilo suizo, propio de este sector de Quebec. Se nos reunirán una treintena de invitados. Salvo nosotros, el Coté y sus hijos -que aunque nacidos aquí se consideran chilenos-, el resto que devora con fruición las empanadas preparadas por Coté y su señora -la quebeca más chilena que he conocido hasta ahora- son todos originarios de Quebec que han estado en Chile, y algunos hasta chapurrean “una poquita” de castellano.

Coté me depara otra sorpresa. Me pone en contacto con el Bicho Vera en Chillán, con quien no he hablado desde hace unos buenos cuarenta años, y por algunos minutos enredo recuerdos de los viejos tiempos en Farellones y Portillo (Bicho ha sido sin duda el mejor esquiador que ha producido Chile).

El Coté hasta se manda a capella y solo el Puro Chile.

Me parece que el encuentro en Quebec de dos patiperros que aprendieron a esquiar en Lagunillas bien merece este comentario.