Tú me preguntas, niña
¿qué deseo que me traigas de mi Chile?
¡Son tantas las cosas que dejé!
y son más las que simplemente
sin preguntarles se quedaron:
las montañas con sus colores,
los vientos, las brisas,
que me trajeron sus calores
y animaron mi alma,
las olas del mar meciéndose
como quisieron,
suaves, sumisas, cuidadosas, calmas,
y otras veces tremendas, furiosas,
las fiestas con sus vinos,
sus comidas, sus empanadas sabrosas
y esos asados que con sus olores
llegaron hasta el cielo azulado
y hasta muy lejos y hasta otro lado,
los amigos que me ayudaron a sentirme feliz
y más de una damita cuidadosa
que aceptó mi valiente desliz.
Los paisajes también se quedaron allí
con sus ríos, sus cuencas
y un árbol que cubrió con sus sombras
un momento de amor
y escuchó de una voz un apurado sí.
Los recuerdos quedaron allá,
revueltos, y alegrías, tristezas,
amarguras, diabluras imperdonables
y un incontable “mucho máh…”
Dejemos por allá sin dolor
todo lo que hice
lo que sentí
sin resquemor.
Lo vivido quedará en esos lados
con el maullido del gato
el ladrido del perro preocupado
el relincho de un caballo
el estruendo inoportuno de un volcán
los temblores de cada semana
y las nubes de un día nublado y feo
que se repetirá.
Y las venias de mis amigos
en esa larga, sentimental y alegre despedida
con furioso guitarreo
en mi partida sin sentido
buscando un mundo nuevo
nunca encontrado, para siempre perdido.
No me traigas nada, pequeña.
El regalo es que tú vuelvas
tal como eres
bonita, sana y risueña... |
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