Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 52 - Año VIII, Otoño 2010
EDUCACION
EDUCACIÓN PARA LA PAZ
EL AUTOR DE ESTE TEXTO, EL DOCTOR FERNANDO NOVOA SOTTA, DE VALPARAÍSO, ES UN DESTACADO NEURÓLOGO INFANTIL CON UN RECONOCIDO CURRÍCULUM COMO BIOETICISTA

La violencia imperante en la sociedad actual es un particular motivo de preocupación para todos aquellos que tienen como objetivo lograr que los niños desarrollen al máximo su potencialidad y disfruten de una adecuada integración social. La injusticia y el peligro que significa la conducta violenta para los grupos más débiles de la comunidad, en particular la niñez, no requiere de mayor demostración. Por este motivo, sí aspiramos a una sociedad más justa y segura para todos, incluyendo a los niños, se requiere de una urgente intervención destinada a prevenir y contener la agresividad y violencia injustificadas. Uno de los puntos de partida apropiados para lograr este objetivo es educar a los niños en forma tal, que adquieran la capacidad para resolver conflictos mediante opciones no violentas. Es necesario que, tanto padres como educadores, dispongan de técnicas destinadas a ayudar a que los jóvenes aprendan a usar métodos alternativos para resolver las controversias inevitables a nivel de la escuela o en la vida diaria. Desde luego, es necesario tener presente que se educa en primer lugar con el ejemplo. Los padres o el profesor a veces creen que no podrán educar a los niños en virtudes tales como la tolerancia o la comprensión porque ellos son los primeros en no vivirlas plenamente. De hecho, no es el ejemplo perfecto lo que educa, sino la lucha de superación para intentar cumplir bien, lo que notarán los niños. Y esto es lo que les interesa, porque es atractivo.

Factores que desencadenan la violencia y formas de enfrentarlos: La agresividad, entendida como la forma de actuar o responder violentamente, está presente en nuestra naturaleza humana, inserta en nuestra vida instintiva, en todas las culturas.

Los niños experimentan esta tendencia desde temprana edad y la utilizan para resolver sus conflictos, defenderse de las amenazas o como una forma de buscar satisfacción a sus necesidades cuando éstas no pueden ser obtenidas por otros medios. Una sana agresividad, que puede ser controlada y bien conducida, que no atenta contra los derechos y libertades de otros, es necesaria como energía vital para impulsar la acción hacia objetivos o metas. Como con toda energía vital, con la agresividad se requiere de un aprendizaje desde niño para controlarla y evitar que se desborde, transformándose en violencia que hiere a otros. Este aprendizaje está influido por diversos factores a lo largo de la vida. Desde que enseñamos a un niño a “negociar» con un hermano la forma en que compartirán un juguete, el niño comienza a desarrollar mecanismos para controlar sus emociones y buscar conductas alternativas a la violencia.

Influencias de la cultura: Al igual qué en otros aspectos del desarrollo, los modelos de convivencia y de crianza imperantes en las diferentes culturas afectan de manera significativa el desarrollo de conductas hostiles o, por lo contrario, favorecen el aprendizaje del autocontrol. Es así como en culturas donde se pone mayor énfasis al control de la agresividad en pro de las relaciones armoniosas, como es el caso de la cultura japonesa, los niños muestran mayor control de las emociones. Los niños norteamericanos, en cambio, muestran más ira, más agresividad en su comportamiento y vocabulario y menos control en sus emociones en comparación con los niños japoneses (Zhan-Waxler, Friedman, Cole, Mizuta & Hiruma, 1996). Paulatinamente, esta influencia cultural propia de cada pueblo se ha hecho menos clara, ya que de alguna manera las diferentes culturas, a lo largo del tiempo, han ido perdiendo diferenciación debido a que hoy nos estamos enfrentando a una cultura globalizada, permanentemente interconectada por los medios de comunicación. La globalización es una de las características de nuestra cultura, que actualmente está propiciando el desarrollo de la agresividad en los niños, permanentemente expuestos a presencia r conflictos bélicos, actos de delincuencia, terrorismo, etc., en los que la violencia aparece como la alternativa para la resolución de conflictos. De alguna manera, estamos validando la agresión como una forma de resolver los problemas. Esta experiencia marca sin duda la cultura y nuestro modo de ser y resolver los conflictos en la sociedad.

Otra característica de nuestra cultura que propicia el desarrollo de la agresividad es el consumismo. La forma de convivencia que se establece en una sociedad de consumo es individualista y competitiva. En ella, el valor fundamental está puesto en la “conquista” de bienes y/o de éxito personal “como única forma de alcanzar la felicidad”. Esta forma de convivencia puede desencadenar una lucha tal por lograr las metas, que requiere una fuerte carga de agresividad en contra de los competidores. Esto afecta de diversas formas a los niños. En primer lugar, nos
 
LA VERDADERA PAZ ES LA QUE EL SER HUMANO LOGRA CONQUISTAR EN SU INTERIOR, AQUELLA QUE SE PROYECTA DESDE DENTRO IRRADIANDO EL ENTORNO, AQUELLA QUE PERMANECE INCONMOVIBLE, SIN DEPENDER DE LO QUE SUCEDE A SU ALREDEDOR...










encontramos con padres para los que lo importante es ser un buen proveedor, por lo que tienen menos tiempo para compartir con la familia, lo que puede generar en los hijos un sentimiento de abandono y de poca valoración que se traduce en rabia y agresión. En segundo lugar, los padres que llegan cansados del trabajo responden muchas veces con agresividad a las demandas de los hijos. Más adelante revisaremos lo importante que es el ejemplo paternal para desarrollar patrones conductuales adecuados. En tercer lugar, en una sociedad consumista, los padres que se ven obligados a trabajar mucho, dejando así poco tiempo para la familia, tienden a sentir culpa por no compartir con sus hijos, lo que frecuentemente los lleva a compensar su ausencia con regalos, “cosas que le den felicidad”.

De esta manera, se cierra el círculo vicioso de una cultura que busca la felicidad en el tener más que en el compartir, donde la competencia necesaria para el éxito debe ir acompañada por una fuerte carga de agresividad. ¿En que magnitud influye esta cultura en el comportamiento agresivo de nuestros niños?, es una pregunta que está por responderse.

Qué hacer ante la influencia de la cultura y los valores imperantes: Al revisar las causas de la violencia nos podemos dar cuenta que tenemos pocas probabilidades de modificar muchas de ellas. Sin embargo, lo que sí podemos hacer es controlar los efectos que éstas pueden tener sobre los niños, de tal forma de disminuir su influencia a través del manejo que se realice al interior de la familia.

Ya revisamos cómo la cultura puede influir negativamente en la generación y el manejo de la agresividad y de la violencia al interior de la familia. Ahora nos preguntamos cómo podemos contrarrestar esto. Es importante, antes que nada, que los padres tengan claro cómo quieren vivir, cómo quieren educar a sus hijos, en qué valores, dónde van a estar puestos sus mayores esfuerzos, qué estilo de familia quieren ser, qué tipo de adulto quieren formar. Hoy más que nunca los padres deben reflexionar, de lo contrario las fuertes tendencias sociales y la masificación de la cultura van a terminar por confundir la propia identidad familiar y destruir su originalidad.

Si en una familia se vive priorizando ciertos valores, los niños van asimilándolos paulatinamente, independiente de lo que esté imperando en la cultura. Es así como si a la violencia imperante interponemos el valor del respeto mutuo, de la tolerancia y del diálogo, podremos neutralizar su efecto al interior de la familia. Del mismo modo, podemos lograr que el consumismo imperante no afecte tanto a los niños, siempre y cuando les mostremos con nuestra vida que es más importante ser que tener, compartir que poseer. Si los hijos ven que sus padres valoran a otros por lo que son como personas y no por los bienes que tienen, podrán hacer lo mismo y adquirirán seguridad para no depender de las cosas o los bienes que poseen, como la marca de zapatillas que usan, para sentirse bien o ser felices. Si los hijos ven que los bienes brindan felicidad al ser compartidos y no sólo por ser poseídos, irán asimilando el verdadero valor y orden de jerarquía que los bienes tienen en sus vidas. Junto a esta jerarquización vivencial de valores, es importante también ayudarles a que desarrollen una actitud crítica frente al medio, que aprendan a tener una opinión propia y a expresarla sin miedo a ser diferentes.

Influencia de los medios de comunicación, la televisión y los videojuegos: Los niños aprenden conductas por modelos y los medios de comunicación tienen una alta influencia en el modelamiento de ellas. Estos medios, especialmente la TV, vistos en su dimensión negativa, sin por ello desconocer el valor educativo y culturizador que también poseen, constituyen uno de los principales promotores de la cultura del consumo, «creando necesidades» especialmente en los niños, despertando en ellos la sed de tener. Catalizan así el círculo vicioso de la cultura consumista que, como vimos, tiende a desenfrenar la agresividad. Junto a esta realidad, es un hecho conocido y ampliamente estudiado que la TV y los videojuegos con alta carga de violencia desencadenan agresividad en los niños (Green, 1994; Huston et al., 1992). Investigaciones sugieren que los niños reciben más influencia de los modelos de violencia de estos medios que en su propia vida (Bandura, Ross & Ross, 1963). Los niños ven, en promedio, tres horas diarias de TV y más de diez mil actos violentos por año, según un estudio reciente de la TV norteamericana (National Television Violence Study, Federman, 1996, 1997,1998).

Según otro estudio norteamericano, el tiempo gastado por los niños en videojuegos por semana fue de 4,2 horas y el contenido de más de la mitad de los videos, violento. Al mismo tiempo, el crecimiento anual de esa industria de videojuegos ha sido meteórico, de cien millones de dólares en 1985 a siete billones en 1994, lo que augura preocupantes efectos en la conducta de los niños ávidos de consumir estos productos. Por su parte, el fácil y rápido acceso al mundo a través de la web por el ciberespacio, claramente tendrá un efecto en el desarrollo de las conductas de los niños, como los otros medios de comunicación lo han tenido.

Finalmente, este estilo de diversión promueve el individualismo. Los niños se pueden entretener solos sin necesidad de otros, lo que no favorece el desarrollo de conductas adaptativas. Los niños pierden o no llegan a desarrollar las capacidades de negociar, ceder y establecer acuerdos con sus pares. En muchos hogares los niños tienen TV, e incluso computadores, en sus dormitorios, lo que genera un creciente aislamiento y atenta contra un sano compartir y necesario dialogo familiar.

Cómo hacer frente a los medios de comunicación, la TV y los videojuegos: Los medios de comunicación, con toda su carga de violencia, sólo pueden “entrar” al hogar en la medida que los padres lo permitan. Es así como se vuelve de vital importancia que los padres tengan control sobre ellos. Se debe regular en form a especial la cantidad de tiempo que los niños destinan a la TV, videojuegos, Internet, etc. Los estudios demuestran que más de dos horas de exposición diaria a las diferentes pantallas es dañina, incluso para el desarrollo neuropsicológico de los niños. Hoy más que nunca está clara la importancia de que los padres controlen el tipo de programas que sus hijos ven en la TV, como también la conveniencia de que la vean junto a ellos y de generar un diálogo que les ayude a analizar lo que se les muestra con una actitud más crítica, para que no asimilen todo como algo positivo o normal. Esto mismo vale para Internet, a través de la cual los niños pueden tener acceso a todo tipo de información, muchas veces no adecuada. Por otra parte, si pensamos en los videojuegos, en los que el objetivo es llegar a conquistar un sitial o una meta y la forma de ganar es a través de matar o destruir a los contrincantes, es lógico pensar que en el subconsciente se va grabando la violencia como forma de tener éxito y el niño se acostumbra a convivir con ella, por lo que es necesario que los padres seleccionen el tipo de juegos al que sus hijos tienen acceso.

Finalmente, la TV y los medios audiovisuales de entretención pueden constituirse también en una oportunidad para compartir si generamos espacios y tiempos comunes para ver TV y/o entretenerse con los videojuegos. Estos tiempos y espacios comunes de entretención por los medios obliga a los niños a “negociar” entro ellos para decidir los programas que van a escoger o los juegos que van a compartir. De esta forma, estos “enemigos” del diálogo y la convivencia familiar pueden ser transformados en poderosos aliados para el encuentro familiar.

El ejemplo de los adultos: El principal modelo de conducta de los niños son los adultos y, en primer lugar, los padres. El desarrollo y la modificación de las conductas agresivas están regulados en gran medida por los padres, ya que son éstos los que controlan muchas de las experiencias de satisfacción o de frustración de sus hijos, refuerzan o castigan las expresiones precoces de agresión y sirven de modelo a las conductas agresivas. La mayoría de las investigaciones muestran que los niños agresivos crecen en un medio agresivo donde los miembros de la familia estimulan y perpetúan las conductas violentas de cada uno de ellos. Por lo tanto, lejos de socializarse o reorientarse sanamente, la tendencia agresiva natural de un niño se intensifica y se perpetúa en un medio violento. El cómo los padres resuelven sus propios conflictos y cómo enfrentan los desafíos de la vida diaria y superan sus frustraciones, la actitud que tienen hacia los demás, tanto fuera como dentro de la familia, es determinante en el modo como lo harán sus hijos, por quienes están siendo permanentemente observados.

Qué hacer para ser un ejemplo de paz: Uno de los mayores desafíos, y quizás lo más importante, es mostrarles a los hijos con el propio ejemplo que hay otras formas alternativas a la violencia para lograr objetivos y solucionar conflictos. Aquí nos encontramos tal vez con la tarea más difícil, la que consiste en nuestra “autoeducación” para ser el ejemplo que los niños necesitan. Esto es, que debemos sistemáticamente esforzarnos por desarrollar nuestra capacidad de diálogo para solucionar los conflictos con el cónyuge, con los propios niños, con los vecinos, etc.; esforzarnos por controlar nuestros arranques de violencia al conducir nuestro auto, al responder a una crítica, al corregir a un niño, etc. Son muchas las situaciones a las que a diario nos vemos enfrentados en las que nuestra reacción se ve expuesta a la observación de los niños y a través de las cuales ellos van a aprender más que con nuestros largos discursos.

Los padres o los profesores a veces creen que no podrán educar a los niños en virtudes tales como la tolerancia o la comprensión porque ellos son los primeros en no vivirlas plenamente. De hecho, no es el ejemplo perfecto lo que educa, sino la lucha de superación para intentar cumplir bien. Eso es lo que notarán los niños. Este es uno de los principios básicos de la educación: el de la ejemplaridad y la personalización. Los padres y los educadores tienen que dar ejemplo esforzándose siempre para mejorar como personas y, a su vez, tratar a cada hijo o a cada alumno como persona irrepetible, diferente al resto.

Influencia de los estilos de educación y paternidad: Los distintos estilos educativos influyen en el desarrollo del control de las emociones y la agresividad en los niños. El estilo educativo autoritario en el que los padres son excesivamente rígidos y normativos o que controlan las conductas de sus hijos por medio de la fuerza, a través de agresiones físicas o verbales y sin mediar reflexión o diálogo que permita entender a los niños las consecuencias de sus actos, genera en los hijos reacciones agresivas. Los padres que golpean son un ejemplo del uso de la agresión, al mismo tiempo que están tratando de enseñar a sus hijos a no ser agresivos. Por otra parte, los padres con un estilo educativo inconsistente, que no colocan límites, que no regulan las conductas de sus hijos, «dejándolos ser”, abandonados a su libre albedrío, no educan el control de la agresividad y dejan a los niños con una sensación de abandono que se puede traducir en frustración y agresividad reactiva. Un niño frustrado está más inclinado a imitar modelos agresivos que uno que se siente satisfecho.

Cómo educar para la paz: El estilo de educación y de paternidad es determinante en la socialización de la agresión y en el desarrollo del autocontrol. Diversos estudios señalan que un estilo de educación y paternidad equilibrados, en el que se dé una relación paterno filial afectuosa, cercana, que estimula el diálogo y la reflexión, combinada con una autoridad firme y consistente, que establece normas y límites con claridad y es capaz de hacerlos cumplir, es la que permite una sana socialización de la agresión y sano desarrollo del autocontrol. Este estilo de relación paterno filial permite generar un ambiente familiar que, además de ser acogedor, cálido, da seguridad y confianza a los niños. El combinar equilibradamente la expresión del amor con normas claras y sobre todo estables en un marco disciplinario consistente, permite que el niño crezca tranquilo, sabiéndose querido y teniendo claro qué terreno pisa. Dentro de este estilo de relación se fomenta el diálogo y la comunicación.

La palabra comunicación viene de la palabra comunidad, que a su vez viene de unidad. ¿Cómo podemos lograr unidad? Debemos aprender a comunicarnos, a expresar nuestras ideas, a manifestar nuestros desacuerdos, pero con respeto. Al interior de la familia y en la escuela es importante que los niños sepan que pueden opinar, más aún, que es positivo y valorado que expresen sus puntos de vista, pero también debe estar muy claro que si no hay acuerdo, finalmente son los padres o los profesores los que tomarán las decisiones.

Otro aspecto importante de señalar es que no es bueno que los adultos intervengan directamente en los conflictos de los niños y, en especial, en los de los adolescentes. Su participación se debe limitar a invitar a los menores a buscar una solución o acuerdo y plantear la pregunta de ¿que ocurriría si no lo logran? Los padres nunca deben declararse incompetentes frente a un conflicto de los niños, ya que sería un signo de debilidad no deseable, especialmente frente al adolescente, pero deben cuidarse de no tomar partido para no generar sentimientos de frustración y rabia por parte de quien se sintiera desfavorecido.

Cabe señalar que en esta reflexión del estilo de educación y de relación paterno filial no se ha tenido en consideración las propias tendencias del niño, que, por factores biológicos, temperamentales o psicopatológicos, puede tender a la agresividad y a la violencia, independiente del tipo de ambiente familiar. Sin embargo, pensamos que de los factores que podemos modificar, el estilo de educación y de paternidad es, sin duda, uno de los más determinantes en favorecer un sano control de la agresividad.

Conclusión: Cuando pensamos en la paz, tendemos a creer que ésta es algo que está fuera de nosotros, que es la ausencia de guerra y de violencia en las calles, que es una conquista de las naciones o, siendo pesimistas, que es un bien lejano que nunca podremos alcanzar. Quisiéramos hoy mirar este valor tan preciado desde otra perspectiva: La verdadera paz es la que el ser humano logra conquistar en su interior, aquella que se proyecta desde dentro irradiando el entorno, aquella que permanece inconmovible, sin depender de lo que sucede a su alrededor. Y es que la verdadera paz no tiene tanto que ver con las guerras de la sociedad, sino con la libertad interior que da el saberse dueño de sí mismo, de las propias tendencias y con la alegría del “corazón que se siente lleno”.

Si miramos la paz desde esta perspectiva, no podemos desconocer que el factor más decisivo en la educación de hombres y mujeres que dejan de lado la violencia es sin duda la familia. Una familia que en primer lugar es hogar, donde las personas se vinculan en un ambiente cálido y acogedor, donde el amor mueve las acciones de los padres, es una escuela de paz. El niño que se siente querido, valorado, al que se le educa sin renunciar a corregir, el que recibe un ejemplo consistente de cómo resolver conflictos por la vía del diálogo y la negociación, será un niño seguro, tranquilo y feliz, que en su edad adulta tenderá a repetir los patrones de conducta aprendidos en su familia.

Sin duda, la sociedad, la cultura, la TV, tienen una fuerte influencia en la violencia que impera en el mundo, pero nos preguntamos: ¿no es esto acaso un reflejo de lo que pasa con los seres humanos? Más fuerte que todas las influencias sociales pueden ser las vivencias que se tienen en la familia, y si en cada familia se crea ese ambiente de paz, ésta se va transmitiendo e impregnando en la sociedad. El cambio no se da desde afuera hacia adentro. Es el hombre el que construye la sociedad y ésta podrá ser más armónica en la medida en que cada hombre pueda sentirse en paz y ser agente de paz.

La conquista de la paz es un desafío de cada hombre y cada mujer. Su construcción parte desde el nacimiento. Todos tenemos en nuestro interior la semilla de la paz, la anhelamos. Esa semilla debe ser cuidada y cultivada, primero, en el seno familiar, y luego, como adultos, somos responsables de impregnar nuestro accionar en el mundo con ese anhelo de paz, para así transformarlo en una realidad.

(La bibliografía de este artículo está a disposición del lector interesado. Por favor,
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