Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 53 - Año VIII, Invierno 2010
REMEMORANZAS
Amador Chávez en los inviernos de mi niñez
JORGE MARAMBIO CHÁVEZ
Por ahí viene caminando Don Amador Chávez, por esas tierras que tanto amó y le fueron tan esquivas. Campesino humilde, sabio, lo veo venir generoso, abierto al amigo, al buen trago, al naipe, con las cartas marcadas del destino. Intuyo en él su condición de catador de hembras y la farra dionisíaca llevándolo de tumbo en tumbo. Digo entonces repitiendo al poeta “quiero que el tiempo no roa su estampa de pino y sable”. Pino, porque lo imagino flexible para captar –con la poderosa intuición del campesino chileno– las alegrías esenciales de su tiempo, su entorno; pero también sable, para empuñar la fiereza necesaria cuando el trago abre los rencores y no queda más que la pelea lavando heridas.
 

¿Quién era yo en ese entonces? Un niño atrapado de inviernos, inviernos con acequias, casas de adobe, tiempo de matanzas de chanchos, de probar la sazón de la longaniza. Entonces el tío invitaba al niño, el único entre los adultos probando la sazón culinaria. Es un brasero, la semi oscuridad, lumbre de fogones. Había naturalidad, ingenua naturalidad en la llaneza de ese trato, en la grandeza, en la sabiduría de convocar a un niño a un mundo de coordenadas que sólo mucho después apenas rozaría en su comprensión.

El niño siguió sus propios derroteros, asumió las leyes de su tiempo, su época, y ya adolescente ignoró la muerte del tío. No hubo espacio para ir a beber en su funeral el cáliz de la fraternidad, la llaneza devuelta para el que se iba.

¿Después?

Después el agua corrió por más de veinte años, hasta que dio la vuelta completa y el niño, con ojos de adulto, hace ahora su propio funeral tardío, un poco vergonzante. Extiendo la mano, espero tu llamada, estamos en invierno y hay que probar las longanizas en el brasero, debes preguntarme sobre su sazón.

Ahora –porque el tiempo construye dramáticamente nuestras huellas– bebamos, bebamos de esos vinos terráqueos, agrestes, secos, que te cubrieron en la risa y el dolor. Es toda tu fraternidad la que convoca.

Parafraseando al poeta, siempre supe que en ti había mucho de puma fuerte, pero ibas herido y sin lamentos tragando tu propia muerte.

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