Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 53 - Año VIII, Invierno 2010
CINE POR EXCELENCIA
CRIATURA DE LA NOCHE
DIRECTOR: TOMAS ALFREDSON
REPARTO: OSKAR, KARE HEDEBRANT; ELI, LINA LEANDERSSON;
HAKAN, PER RAGNAR / SUECIA, 2008 / 115 MINUTOS

¿Qué sería Romeo y Julieta escrito por un cualquiera? Novela rosa. La calidad no está en la historia que se cuenta, está en cómo se la cuenta. La forma, en definitiva, crea el fondo. ¿Irgam Bergman podría haber dirigido una película de vampiros? Decididamente sí. Cuando hay talento, hay resultados de mérito.Tomas Alfredson, sueco como Bergman y director del film Criatura de la noche, tiene talento.

La trama es simple: Oskar –la cara de la inocencia- es un niño doceañero casi abandonado de la mano de sus padres separados, que en el colegio sufre las torturas del matonaje de otros niños, que fantasea con dominar violentamente a sus torturadores, que no puede solucionar el cubo rubik (poner del mismo color las seis caras fraccionadas y movibles de un cubo), que es malo para los deportes y a quien le gusta coleccionar recortes de diarios con noticias de crímenes. Una noche llega Eli –la cara de la experiencia-, una nueva vecina, de su misma edad, que huele mal, que tiene las uñas sucias, que no siente el frío y que se presenta ante él advirtiéndole: “yo no puedo ser tu amiga”. Así comienza la historia de un verdadero amor.

Primer acercamiento: Eli resuelve sin mayores obstáculos el problema del cubo rubik y comparte con Oskar la solución, quien se maravilla. Pero ella guarda un secreto: bebe sangre, es vampira (“hace demasiado tiempo tengo 12 años”). No es la inteligencia la que ha encontrado la solución del cubo, sino la experiencia (que siempre sorprende a la inocencia). Aquí cobra significado el título de la novela (de John Ajvide Lindqvist) en que se basa el film: Déjame entrar. La inocencia, para que haya evolución, debe dejar paso a la experiencia, o, dicho de otro modo, debe dejar paso al aprendizaje de la verdad. Sólo así se crece. (Bajo esta lupa, el título “Criatura de la noche” -como se llama la película en Chile- no tiene ningún sentido, como sí lo tiene “Déjame entrar”.)

Oskar y Eli tienen algo en común: cada uno, a su manera, sufre de un sentimiento de exclusión social y familiar. Son seres repudiados. Los padres de Oskar están separados y se preocupan más de ellos mismos que del hijo. Eli no tiene madre, vive sólo con Hakan -¿su padre?- que es la cara de la ciega abnegación que mata sin consideraciones para alimentar con sangre a la... ¿hija? Pero sobre todo Eli es una vampira que no pertenece al mundo normal de los humanos. Este sentimiento de exclusión es la clave que hace crecer entre los dos niños la solidaridad y la complicidad. Ambos necesitan calor, ser acogidos. El espanto -la terrorífica condición de Eli- y el miedo –temor al abuso de sus compañeros- son factores fundamentales para mostrar el desarrollo del crecimiento del adolescente hacia la identidad y la autoafirmación.

El hecho de que el film trate de la amistad, de la sexualidad inicial (un atisbo a ella en escenas como la visión fugaz del pubis de la experiencia mirado por la inocencia o como la desnudez de la experiencia acostada junto a la inocencia), de problemas de exclusión social y familiar, del matar,
 






del alimentarse, etcétera, adquiere una doble lectura cuando nos damos cuenta de que esas temáticas, esas formas «actuadas» por esos dos niños, conforman el fondo de la vida misma, de modo que pasan a ser su metáfora. Los significados no están en los hechos, en las acciones, sino en lo que hay detrás: la evolución, el crecimiento, que siempre deja muertos en el camino. Los dos niños -la inocencia y la experiencia- exhalan talento en cada gesto, en cada movimiento, en cada palabra, en cada mirada. Sorpresivo y asombroso. Allí detrás está la mano de un buen director.

Todos los seres de carne y hueso matan para sobrevivir. Eso está escrito como ley natural y se evidencia en la prehistoria y en la historia -en la experiencia- del ser humano. Está escrito en el ADN. Eli es sólo una confirmación: la naturaleza (o Dios, si se prefiere) la ha hecho así y ella sólo responde a su condición. La fragilidad de una niña se transforma en un abrir y cerrar de ojos en una feroz fuerza posesiva, directa a la vena. La inocencia deja de serlo cuando acepta la vida tal cual es, en la que matar por necesidad a menudo es un hecho en la lucha por un alimento que lo es todo para los cuerpos de carne y hueso que poseen estómago. Eli lo dice: “Conviértete en mí por un momento; por un momento siente como yo siento”. La gente vive chupándole la sangre a sus semejantes, en todo sentido. Ella muerde cuellos para sobrevivir, muerde el cogote de la mediocridad, gente estancada en el bar que no sirve como alimento para el intelecto o el espíritu pero sí para el cuerpo. Esto suena brutal, pero, ¿acaso la naturaleza no lo es? Eli vomita si come caramelos porque la experiencia no es dulzona, la experiencia suele ser brutal. En cambio, la inocencia sí suele ser dulzona.

La película tiene escenas portentosas: los gatos al ataque, la muerte de la mujer en el hospital, el cadáver congelado, Hakan desangrando un cuerpo, Eli trepando paredes y árboles o saltando al cuello de sus víctimas, la caída al vacío de Hakan, Oskar defendiéndose con un palo y mucho más. El episodio en la piscina es surrealismo puro, en que la experiencia salva y conquista definitivamente a la inocencia eliminando de cuajo a la maldad que busca matar sólo porque sí.

Y, por último, el tren como símbolo del viaje hacia una nueva vida. Allí tenemos los golpecitos en clave: Oskar y Eli en pleno entendimiento, él dando la cara a la luz, ella oculta. La inocencia ha madurado, Oskar ha comprendido que hay que defenderse para sobrevivir en la viña del Señor. La experiencia lo ha hecho más despierto, menos vulnerable. Y Eli -que debe vivir marginada y a la defensiva debido a su extraña naturalezaahora sabe que es posible entregarse, sabe que puede dejarse acoger nada menos que por la pureza. Fuera del juego quedan las elaboradas leyes del intelecto humano: es la ley natural espontánea la que crece por sí sola. Eli, que comenzó declarando que no podía dar amistad (porque ella vive marginada, la sociedad la rechaza), ahora sabe compartir, condición indispensable para hacerse más persona. Con víctimas (¿inocentes?) en el camino, estamos frente al triunfo de la lealtad y frente al advenimiento del amor, a través del cual la solidaridad y la amistad existen bajo toda circunstancia. Una película en que la metáfora se hace poesía, verdadera poesía, bella y salvaje, retrato esencial de la vida más allá de la razón.

JUAN PABLO YÁÑEZ BARRIOS

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