de su vaciedad. Mientras, las recolectoras abundan en los grandes supermercados, comprando cuentos plastificados. ¡Uf, qué bochorno!
Plumas de ganso y sopas de sobre. Allí el corazón eufórico, ya que nada conoce de la tierra que todavía nos queda. Aquí estamos silenciosos, observando, esperando el carromato de los muertos...
Me vine caminando estero abajo y el unicornio me siguió, melodías desconocidas acompañaron nuestro andar. Desde muy lejos se escuchaban las tronaduras. Sin embargo, mi unicornio y yo, pudimos atravesar el río sin dificultades.
Ya tengo tres años de vida y no me he podido separar de mi cuerno. Debo levantarme muy temprano cada día a buscar cerezas y berro para darle de comer, y siempre como no mirándolo, no viéndolo, sólo de reojo. Pero estoy cierto que me ha guiñado un ojo esa noche en que la luna se atrasó.
Por las noches nubias me alojo con mis dos espaldas a mi derecha y con mi unicornio a la izquierda. Sueños macizos en otras edades, de oro, cobre, bronce. Madera lince sangre todo. Mientras, la luna parpadea cuentos surgidos de la bruma y despejados por la solera de las mañanas magallánicas. Y ahí están los cuerpos de las mujeres amadas. Aquí, el de la mujer que amo. En el crepúsculo de las antorchas. El mundo de los guiños y de las luces confunde la huella de este otro extremo solaz, diletante, casi no tomado en serio. Cuando en él, con el divino propósito se podrían construir magníficas islas de existencia, apegados al rito único del amor. Por eso mi animalito riojano blanco-invierno, es un gran recordatorio de deberes que se quedaron en el pasado.
Ya he llegado a la edad adulta, dejé de ir a la cascada y reemplacé mi sendero por el de los altos cerros indomeñados, para comprobar el beso lítico del feldespato y el pórfido, y cópulas de jarillos con alhucemas. La marejada de algas y cochayuyos, el viento de las olas marítimas y la congoja de las tortugas que extravían sus huevos. Todo ese aroma, no está presente.
En tanto, la campiña se consume de agria alegría cuando los sueños y anhelos están ausentes.
Por rulos acaciados paseaba cuando el trote de mi venadillo unicórnico me hizo voltear la vista y ver la más increíble belleza, pues sus fecas eran piedras preciosas azules y granate, y la ruta marcaban con esmerado donaire. ¡Oh, las sepulturas de los sentimientos más caros y puros se pierden en medio de la maleza! Además... la vida. Sin amor no hay vida.
Y ahora, muy viejo, mirando hacia el poniente, lavé mis manos en el estero de blanca lava y observé el reflejo de mis ojos cegatones en los discontinuos relieves del agua corriente. Eran pura risa, consternación y antigüedad. Detrás de mí y compartiendo el mismo reflejo, se asomó el unicornio de la cascada. Me palpó con su cuerno (cosquillas de alegría), esbozó una cierta sonrisa y deslizome un pensamiento: El amor cuenta con grandes escenarios tanto en la tierra como en las nubes, el amor cuenta con extensos espacios para desenvolverse en las islas desiertas, el amor tiene una tremenda espina sin solución que se llama imaginación. El amor sufre frustraciones a fuerza de no poder realizarse. Pero el tiempo y el espacio existen sólo por él. Y al amor, se le debe construir y no dejar que se pierda en el bosque.
MAYO, 2004