Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 57 - Año IX, Invierno 2011
PATRIMONIOS
La Casa de Neruda en Isla Negra

SERGIO GUERRA GUERRA

Es manifestación de una auténtica libertad interior. Nada está sujeto a convencionalismos. Rompe todos los esquemas estereotipados. Se manifiesta con autenticidad en la forma que pocos se atreven a hacerlo.

No le es ajeno ni el hedonismo ni la capacidad de asombro. Estos últimos le permiten armar con un deteriorado resto náufrago la mesa donde escribe algunos de sus eternos poemas, o construir angostos pasillos. ¿Para ver más cerca cada uno de sus recuerdos? ¿Para poder tocar los muros en horas de la penumbra o la recogida al lecho? ¿Para someter a sus invitados al intrincado encanto del laberinto?

Percibe la hermosura en los finos e indescriptibles detalles de una caracola, armoniosamente formada por la natura, o en un rústico vaso de vidrio fabricado con una máquina vulgar.

Cachurero por excelencia, junta cosas de todo el mundo. Todas están asociadas a la vida. Hay historia en cada una de ellas, pero no la revela o la ignora. La historia la hace él.

No sé de quien era el sextante ni la brújula, que seguramente surcaron los mares al mando de un capitán legendario, pero estos son de la casa de Pablo Neruda.

Los balaustros que adornan sin estilo ni sentido el portal que une ambas construcciones, provienen de La Moneda, pero éstos son de Pablo Neruda.

Una locomóvil, con más historia en la agricultura y la industria del país que una central hidroeléctrica., solamente está en al antejardín de la casa de Pablo Neruda. Inerte, inadvertida, como un mudo testigo de un pasado ignorado... para quienes la ven.

Así, todo en casa de Pablo contiene rasgos de su personalidad. Tiene vida y vivencias, parece uno escuchar las especulaciones de escritores y poetas, ora gravemente declamadas, ora alegremente disparadas en un lenguaje inteligible con claridad, en un instante de etílico arrobo, o con sublimación de conceptos en una interpretación de los sentimientos del vate.

Nada revela una postura ideológica en su expresión de antojos, gustas y mañas, que prevalecen sobre cualquier intento de atrapar el alma de Pablo en un paradigma ajeno a su cultura. Y lo aceptan así, y lo hace suyo siéndoles ajeno. Y a él le gusta. Ríe.

Su último lecho, muy cerca del de su atalaya marina, no contiene tristeza ni ausencia.

Está ahí, oteando el horizonte infinito, junto a Matilde que lo sigue entendiendo.

Piedras, madera, fierros, flores, y tierra son su entorno, elementos todos presentes en su existencia plena, la de ayer y la de siempre. Las olas juegan a sus pies exactamente igual que cuando sus pupilas descubrieron un trozo de madera para seguir escribiendo. ¿Ellas quieren entregarle otro estímulo, o llevarlo por los mares tras otros mascarones?

No, Pablo no se mueve de ahí. Sus huesos no podrían existir lejos de sus botellas, zapatos, sombreros, insectos, bromas, sombras y luces de colores, filtradas a través de vitrales o de un ventanuco de pasillo. Sólo su fama vuela por todo el universo.

Pablo, volveré a encontrarme contigo, después de haberte tenido tan cerca y tan lejos cuando huías, riéndote del mundo y jugando con tus caprichos. Quiero sentir el magnetismo de tu poder. Haces grande lo pequeño, luminoso lo oscuro y comunicas vida a lo obsoleto y las cosas muertas. Todo nos habla en tu entorno. Hasta pronto.

Isla Negra, noviembre de 1997.

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