Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 58 - Año X, Primavera 2011

SÁMARA: SEMILLA AL VIENTO

COMETAS

CARLOS MORENO LARA

No es difícil entender por qué los cometas, como fenómeno sideral, ejercen esa fascinación para los humanos y los humanoides. No se comportan como cuerpos celestes respetables, teniendo como tales a las estrellas, los planetas y sus satélites. Tampoco se pueden comparar con los aerolitos, estrellas fugaces que duran un segundo en el firmamento. ¿Qué mal pueden traernos? Más bien parecieran ser benignos, y mucha gente de mi tierra, cuando ve uno, formula un deseo. No me sorprendería si en otras partes hacen algo parecido.

Con los cometas, sin embargo, la cosa es diferente. Se trata de una estrella con cola. La tenemos en el cielo por varios días y luego se esfuma. Esto tiene que significar algo malo. En uno de los tapices de Bayeux figura el rey Haroldo de Inglaterra, poco antes de la batalla de Hastings, en 1066, cuando le avisan que un gran cometa ha hecho su aparición. Eso era de muy mal agüero, tenía que ser. Pocos días después sería derrotado por Guillermo el Conquistador y perdería la vida, quedando el reino en manos del normando Guillermo y eventualmente, de los Plantagenet, que conservaron el trono por un par de siglos. En esos tiempos aquel cometa no tenía nombre, pero ahora sabemos que se trataba del cometa Halley. Lo curioso con estos augurios y calamidades es que si Haroldo vio el cometa, también lo vio Guillermo, para quien las cosas resultaron estupendamente. ¿Mala o buena suerte? Parece que esto del augurio bipolar suena bien, porque cada vez que viene el cometa, a uno le toca lo bueno, y por oposición, a otro, al infeliz, le tiene que
tocar lo malo. Basta. Dejemos esto porque nos lleva a un lío que no se entiende, como con todas las supersticiones.

Sin embargo, hay coincidencias que son realmente notables con el cometa este, respecto al cual el señor Halley descubrió que tiene una periodicidad de entre 75 a 76 años, porque tampoco es muy preciso, siendo cometa. El escritor Mark Twain nació el 30 de noviembre de 1835, con el Halley en el firmamento. Cuando era ya un escritor famoso escribió en una nota autobiográfica sobre esta coincidencia y afirmó que esperaba morir cuando volviera el mismo cometa. Pues bien, murió de un ataque al corazón el 21 de abril de 1910, justo cuando llegó el Halley. Mucho se ha dicho sobre lo mentiroso que era Mark Twain, pero en esto de morirse estuvo clavado en lo cierto. Lo haría para tapar la boca de los habladores y envidiosos.

Mi padre nos hablaba de lo impresionante que había sido la presencia del cometa Halley cuando apareció en 1910 y él tenía 13 años. En el hemisferio sur, por lo menos, se veía con una cola sumamente larga y brillante. Una cuadra decía, usando la expresión chilena para la distancia común entre dos calles paralelas (aproximadamente 90 a 100 metros). Puede ser que la impresión era tal que agigantaba su visión de niño. Las crónicas y mediciones, sin embargo, coinciden en que esa aparición del Halley fue realmente portentosa. Según los astrónomos, barrió nuestro planeta con su cola. Tan cercana fue su pasada en aquella ocasión, algo así como cosquillas cósmicas.

Recuerdo que cuando nuestro hijo mayor estaba en la escuela primaria, se interesó por la astronomía. Dibujaba planetas por todos lados. Un día leyó sobre el cometa Halley, hizo sus cálculos y exclamó con júbilo: ¡Yo estaré vivo cuando llegue! Efectivamente, la siguiente visita ocurrió en 1986. Pero fue una gran desilusión. Lo vimos en Londres un par de veces: una estrella más, un poco asimétrica, eso fue todo. Miles de escolares habían escrito ensayos, leído sobre visitas más notables... Esa vez lo tuvimos por acá nuevamente, pero sin pena y, sobre todo, sin gloria.

Nosotros, las criaturas australes, tuvimos la oportunidad, en 1948, de ver un cometa notable. No fue fácil para mí dar con su nombre al escribir este parrafito, porque se le han dado varios. Se trataba del gran Cometa C/1948V1 “Eclipse”, porque su aparición ese año, coincidió con un eclipse de sol. Durante aquel diciembre tibio y despejado, al atardecer, salíamos al balcón toda la familia de entonces: madre, padre, tres hermanos y una hermana de meses. Hacia el poniente se veía el cometa, la cabeza apuntando al norte y una larga cola curvada se extendía al sur. Duró varios días, no recuerdo cuántos, pero estimo que más de una semana, y así quedó registrado en mi mente. Tenía entonces nueve años, pero intuía que nada malo podía asociarse con esa aparición. Para mí fue un regalo increíble. Si alguien se interesa en verlo, doy el dato de su próxima aparición: será el 97045 d. C., entre junio y julio.

Cambridge, Febrero 2009

 

Artículo Anterior Artículo Siguiente
Volver a Inicio
Ponga su aviso aquí, será visto por más de 13.000 personas. Ponga su aviso aquí, será visto por más de 13.000 personas. Ponga su aviso aquí, será visto por más de 13.000 personas. Ponga su aviso aquí, será visto por más de 13.000 personas.