Revista Dedal de Oro N° 61
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 61 - Año X, Invierno 2012
HISTORIAS DE UN PUEBLO MINERO
LA APARICIÓN DE LA VIUDA
MANUEL ANTONIO OLAVE H.

Mi abuela, Mater Aurelia de las Mercedes Uribe, más o menos por allá por 1940 vivía todavía donde había nacido, en el pueblo minero El Volcán. En ese tiempo tenía una pensión donde daba almuerzo y comida a los trabajadores del sector, y en sus escasos ratos libres que sus quehaceres diarios le dejaban, le contaba a mi madre varias historias que ocurrían en ese poblado cordillerano, pero que no había que comentar porque podían ser cosas malas.

En ese lugar existía una población de más o menos tres mil habitantes, que contaba con una pequeña plaza con asientos de cemento, árboles grandes (acacias y álamos), varias poblaciones, una pulpería (lo que hoy se llama minimarket), una fuente de soda, uno o dos restaurantes, pensiones, campamentos mineros, oficinas y un policlínico de primeros auxilios atendido por un practicante. También existía un local donde funcionaba el sindicato de los trabajadores, que además de servir para las reuniones, servía para jugar cartas o escuchar radio. Y lo más importante, la estación terminal del tren a vapor militar, que corría de Puente Alto a El Volcán y que funcionaba desde1914 con el propósito de llevar carga minera que de ahí extraían, y principalmente trasportar pasajeros, turistas y locales. Esto era así porque en aquel lugar se encontraba un yacimiento minero en pleno apogeo, cuyo nombre era Compañía Minera Merceditas. Esta mina contaba con una planta chancadora, con grandes molinos de bola, una fundición y un pintoresco y atractivo andarivel, con un recorrido de aproximadamente mil metros. Este andarivel corría desde la boca de la mina, casi desde la cima del cerro, hasta la planta chancadora que quedaba a
PUEBLO EL VOLCÁN, DÉCADA DEL 30.
la orilla del río Volcán. Y en este sudoroso ajetreo, que funcionaba día y noche sin parar, transcurría la vida de todos los habitantes de aquel lugar.

La gente común de esa época era muy supersticiosa y se comentaba que por allí penaban, que habiendo oro y metales las penaduras siempre estaban presentes. Como había riqueza en el sector -cobre, oro etc.- , la gente creía en estas cosas y se decía con mucha firmeza que en una pasada del camino interior dentro del pueblo de El Volcán, donde corría agua cristalina y donde existía un bonito sauce a la vera del camino, salía una viuda que se presentaba de una estatura normal y empezaba a crecer provocando temor y miedo a los lugareños. Por lo tanto, los residentes de El Volcán, Los Queltehues, Romeral y demás pueblos del sector, evitaban transitar solos por esa pasada después de las nueve de la noche, por temor a la aparición de la famosa viuda.

Hasta que un día llego a trabajar a La Merceditas un minero grande y valiente cuyo nombre era Francisco Flores, también conocido como ño Pancho Flores. Le gustaba jugar al monte y al cras (juegos donde se apostaba plata y que por supuesto eran ilegales; por lo tanto, lo hacían en forma clandestina) cerca de la Fundición. El juego del monte se practicaba con el naipe chileno y el cras con dos dados. Se formaban ruedas de gente, sólo hombres, y comenzaban las apuestas, sobre todo cuando daban suple del sueldo, a mediado de mes -lo que ahora se llama anticipo-, y con mayor razón cuando "cantaba Gardel", que era el dicho popular que tenían los obreros cuando se aprontaban a recibir el pago a fin de mes.

En esas fechas, donde muchos se juntaban, se escuchaban historias diversas, y una de ellas empezó a llamar la atención de ño Pancho Flores, que fue la aparición de la viuda que se agigantaba cuando se presentaba y les hacía señas, gemidos y gritos tenebrosos a los que pasaban cerca del sauce para provocar el pánico y susto de todo el que anduviera por el lugar. Entonces, su curiosidad empezó a aumentar, hasta que un buen día les dijo a los pobladores de El Volcán que él iba a ir a ver de qué se trataba tal aparición, y preguntó si alguien lo quería acompañar. Claro que la respuesta fue que NO, ya que varios personajes del sector habían vivido la experiencia y tenían miedo. Entonces ño Pancho les dijo: "Esa famosa viuda verá quién soy yo. Quiero sólo saber si es de esta vida o de la otra". Fue y la esperó que apareciera, y cuando llegó y empezó inmediatamente a crecer, hasta quedar gigante, Francisco Flores le preguntó: "¿Eres de esta vida o de la otra?". La viuda estaba muy arreglada, con un vestido negro con brillantes y pelo largo y maquillada. Le gemía y le gritó para asustarlo, como siempre lo hacía, y ahí los transeúntes salían rápidamente arrancando. Pero esta vez no fue así. Se vio acongojada al ver que este hombre no se asustó y sacó con su mano izquierda lo que llevaba consigo, una daga de diez pulgadas, cuchillo que usaban los viejos choros por si tenían que pelear por ahí en alguna pega. Entonces Pancho Flores le preguntó con mucha firmeza una vez más: "¿Eres de esta vida o de la otra?". La mujer no contestó, y ya no podía seguir creciendo, ya había subido al último peldaño de la escalera que ella usaba para crecer y que cubría con su largo vestido. Él se le acercó y la atacó con la daga, le acercó el cuchillo y le tiró unos cortes, y la mujer gritó: "No me hagas nada, soy de esta vida y esto es una manda que hice por mí y por mi familia, hasta que me muera, de asustar a toda la gente que pase por acá". Pancho Flores la increpó y le dijo que se sacara la ropa, hasta la más íntima, y el Guapetón hizo lo que quiso con ella y le ordenó que nunca más saliera para asustar a la gente que pasaba por allí.

Pancho Flores se llevó los calzones de la viuda como trofeo, y cuando llegó de vuelta al pueblo todos lo estaban esperando. Pero les habló sólo a los hombres, los llamó para donde estaba la fundición y les dijo: "La viuda es tal y cual persona, se llama Paulina y aquí traigo sus calzones; ya pueden pasar por ahí porque nunca más saldrá a asustar a nadie". Después se supo que a los días siguientes toda la familia de esa mujer se fue del lugar en una carreta en busca de otros destinos. Ya no podrían vivir más por allí, se morían de vergüenza. Francisco Flores la había descubierto y había burlado su honor.

Esta historia es verdadera, como también las que les contaré en el próximo numero de la revista.

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