evolución de la vida y a una aterrizada sabiduría 
                    sanadora. Hoy, los chamanes dicen que la tierra está 
                    sufriendo y que sus telúricas energías se encuentran 
                    sumamente perturbadas... 
                    Obviamente que 
                      los que están más cerca de todo esto son la 
                      gente de la Tierra; no es casual que el significado de ‘Mapu-che’ 
                      sea exactamente ése, y que el de ‘Mapu-dungun’, 
                      el nombre de la lengua Mapuche, sea “la voz, la palabra, 
                      de la Tierra”. Así, cuando un arraigado habla, 
                      es la Tierra que se expresa a través de él/ella. 
                      Arraigados son aquellos que tienen el privilegio de vivir 
                      directamente de, y con, la Tierra, los que la cultivan y 
                      cosechan; que construyen a partir de ella un mundo orgánico 
                      basado en la comuno-suficiencia, en la diseminación 
                      territorial y en adaptarse en cuerpo y alma incluso a los 
                      ecosistemas más difíciles del planeta. 
                    Los arraigados 
                      tienen una profunda y elevada conciencia biosférica, 
                      una gran sensibilidad respecto de los modos de la Tierra, 
                      de su biológica, sus ciclos, estaciones, sus quejidos 
                      y ronroneos. Perciben a la Pachamama como un gran organismo 
                      integrado, como un ser vivo que nos da la vida, y que la 
                      Tierra y todos los seres, cosas y fenómenos que la 
                      constituimos somos manifestaciones del espíritu divino.
                    Los arraigados 
                      tratan de fluir con la biológica de la biosfera, 
                      tratan de comprender y luego acatar las ‘reglas del 
                      juego’ de la vida. En nuestra cultura, quizás 
                      porque no tenemos raíces como los árboles, 
                      nos creemos entes autónomos, separados, liberados 
                      de la naturaleza, que hemos trascendido la naturaleza, que 
                      somos superiores a ella y que, por lo tanto, la podemos 
                      utilizar, manipular, explotar a nuestro antojo.
                    La verdad es 
                      que somos más bien como células de un gran 
                      organismo y, por lo tanto, estamos relacionados con toda 
                      la biosfera igual que una de nuestras células con 
                      todo nuestro cuerpo, y que somos totalmente interdependientes 
                      con todo el mundo natural... y esto es absolutamente corroborado 
                      por la ciencia de la ecología. El arraigado percibe 
                      directamente que somos aire, agua, que somos los alimentos 
                      que brotan de la tierra. Desde el arraigo se percibe una 
                      continuidad absoluta entre nuestro ser y el gran ser biosférico 
                      y Cósmico... y la verdad, científica, es que 
                      esto es así. Este es el continuum espacio-temporal 
                      del cosmos que nos rodea que descubrió maravillado 
                      Einstein. Basta dejar de respirar dos minutos, de beber 
                      agua por un par de días, de comer, de recibir estímulos 
                      sensoriales, para que se nos escape la milagrosa vida y 
                      el alma del cuerpo. Necesitamos estar constantemente incorporando, 
                      haciendo cuerpo y alma de nuestro entorno, y devolviendo 
                      a éste lo no utilizado, así como lo creado 
                      por nosotros con estos elementos. Y al morir devolvemos 
                      todo lo incorporado a la incesante danza de la vida. Somos 
                      parte integral del alucinante flujo recursivo de la materia, 
                      energía e información del entorno biosférico 
                      y cósmico que nos acurruca.
                    En nuestra extraña 
                      y anómala cultura desarraigada, creemos que nuestro 
                      ser termina en nuestra piel; como decía Alan Watts: 
                      que somos un ego atrapado en un saco de piel... El arraigado 
                      se siente parte integral del todo y, por lo tanto, sabe 
                      que influye en la Creación, que influencia su destino, 
                      que sus pensamientos y sus actos afectan a la biosfera entera. 
                      Esta sabiduría, en la que se hace al ser humano responsable 
                      de la vida, como co-creador o destructor, es encapsulada 
                      en símbolos, mitos y ritos, que son todas formas 
                      sutiles y profundas, que trascienden las generaciones y 
                      los tiempos, de educar, de informar una conciencia humana 
                      holista, biosférica; dando pautas, orientaciones, 
                      lineamientos, pero siempre en forma analógica, indirecta, 
                      por medio de parábolas, metáforas, de símbolos 
                      incorporados al arte cotidiano. Se trata de hacer partícipe 
                      al sujeto en el redescubrimiento de la realidad. No se pretende 
                      impartir, o transmitir verdades absolutas, congeladas, para 
                      todos los espacios y los tiempos; como dice E. Morin necesitamos 
                      “verdades biodegradables, es decir, mortales, es decir, 
                      vivientes”, justamente porque se trata de relaciones 
                      entre seres vivos, cambiantes, en proceso. G. Bateson concluyó 
                      que mitos, símbolos y ritos son lecciones concentradas 
                      sobre nuestras relaciones con el entorno humano, biosférico 
                      y cósmico; que buscan orientarnos en esta diversa 
                      y compleja realidad.
                    Así, existen 
                      ritos para invocar la lluvia, o el sol, y estos ritos son 
                      como un ruego, o un pololeo, un coqueteo... a veces resultan, 
                      a veces no. No es un proceso mecánico. Es algo afectuoso 
                      y paciente. Muy diferente a bombardear las nubes desde aviones 
                      con sales para forzar a la naturaleza... Entre los arraigados 
                      existen ritos para pedirle permiso a la tierra para arar 
                      un campito para sembrar papas, para extraer minerales, para 
                      cortar árboles. Existen ritos para agradecer los 
                      primeros frutos del año y las cosechas... Las fiestas 
                      equinocciales o solsticiales son especialmente importantes. 
                      Momentos vitales de toma de conciencia. Durante el solsticio 
                      de invierno, los pueblos arraigados de los Andes, de México 
                      y de muchos otros lugares “amarran” al Sol -Inti 
                      Taitachu- con elaboradas ceremonias, para que el astro no 
                      siga cayéndose hacia el horizonte, para que vuelva 
                      a elevar su arco hacia el zénit. Y esto se hace muy 
                      en serio (lo que no quita que antes y después haya 
                      fiesta). Sorprende encontrar, a lo largo y ancho de las 
                      Américas, sofisticados y precisos ‘relojes’ 
                      astrales -Intihuatanas- de piedra que permiten saber exactamente 
                      cuándo recurren estos eventos astronómicos. 
                      Así, el arraigado asume la responsabilidad de que 
                      el sol vuelva, de que la primavera retorne, de que la vida 
                      siga siendo posible. El arraigado asume que de él 
                      también depende el estado de la Tierra.
                     Todo esto demuestra 
                      que el arraigado sabe que el ser humano puede ser muy creativo, 
                      muy constructivo y benéfico para la creación, 
                      o extremadamente destructivo, y es por este motivo que tenemos 
                      que contribuir conscientemente, ritualmente, con esfuerzo, 
                      y también con gozo, alegría y arte, a la ‘co-operación’, 
                      a la sinergia de la biosfera, de la vida, que es un milagro 
                      de bajísima probabilidad en el cosmos, tan tenaz 
                      como frágil. Un encaje multidimensional esférico 
                      hecho de átomos y moléculas de aire, agua, 
                      de los elementos de la tierra, y sol... encaje de infinitas 
                      formas, colores, sabores y aromas.
                    Los arraigados 
                      sienten que hay que ponerle conscientemente el hombro a 
                      la realidad para que la Creación evolucione en una 
                      dirección benéfica para la actual familia 
                      biosférica.
                    Nosotros, los 
                      ‘civilizados’, bien tarde empezamos a darnos 
                      cuenta que efectivamente nuestros pensamientos, y nuestros 
                      consiguientes actos, afectan el clima, la atmósfera, 
                      la capa de ozono, el aire, las aguas, las selvas y bosques, 
                      los océanos... la calidad de la vida en la Tierra. 
                      Y que quizás los más delicados y sensibles 
                      a éste estado biosférico somos nosotros, los 
                      humanos.
                    Este es el sentido 
                      profundo de ritos tales como invocar a la lluvia con música 
                      o de hacerle ofrendas a la tierra y todos sus seres. El 
                      mensaje implícito en estos ritos es: estamos íntima 
                      y vitalmente interrelacionados, dependemos los unos de los 
                      otros, somos todos parientes, tenemos el mismo origen y 
                      destino. Los arraigados dicen que cuándo los seres 
                      humanos ya no cantan, ya no celebran, ya no le agradecen 
                      a la Creación todas sus bondades y frutos, esto es 
                      síntoma de decadencia, de ciega ignorancia, de grave 
                      olvido y dormidera, y que esto anuncia la inminencia de 
                      grandes catástrofes. ¿Diluvio, lluvia de fuego, 
                      glaciación... o guerra?
                    Este solsticio 
                      de invierno que pasó, cargado de promesas de purificación 
                      con sus lluvias y vientos, pero también cargado de 
                      esmóg, enfermedad y congoja humana, fue una buena 
                      oportunidad para meditar, para acordarnos que de nosotros 
                      depende, más de lo que sabemos y pensamos, “amarrar” 
                      el sol para que siempre vuelva la primavera con toda su 
                      gloria, sensualidad y exquisitez. Lo mismo vale para que 
                      renazcan el aire puro y el agua naturalmente limpia... para 
                      que reflorezcan los bosques... Para que le vuelva la salud 
                      y la cordura, el amor, a todo el sistema terrenal. Tenemos 
                      que darnos cuenta, racional y emocionalmente, que en una 
                      buena medida el estado presente y futuro de la biosfera 
                      depende de cada uno de nosotros y de la humanidad en su 
                      conjunto. 
                    Algo cambia profundamente 
                      en nosotros y en todo, si asumimos, tan en serio como gozosamente, 
                      que de nuestros pensamientos y nuestros actos depende, minúscula 
                      y modesta, pero absolutamente, el destino de nuestra gran 
                      familia biosférica.