|  
                       Bio-Lógica, 
                    la lógica de la vida. 
                     
                      
                      |  La 
                          bio-lógica, o lógica de la vida, es estudiada 
                          de diversas maneras por los agricultores orgánicos, 
                          los ecólogos, los biólogos, los chamanes 
                          y artistas... en general po todos los humanos arraigados 
                          que necesitan entenderla para fluir, crear o “jugar” 
                          con ella. Para subsistir. El que indaga con cierta humildad 
                          y cariño descubre las leyes más básicas 
                          que orientan el comportamiento de lo viviente: a la 
                          vida le gustan la diversidad, la policultura, los audaces 
                          equilibrios dinámicos y creativos, el flujo sin 
                          trabas de la materia, la energía y la infor-mación. 
                          Nuestra cultura recién re-descubre el principio 
                          más fundamental y subversivo de la ecología: 
                          el de la interdependencia, o indisoluble unidad de todos 
                          los elementos, fenómenos y seres de la biosfera. |  |   |    
                    Eso 
                    sí que después de indagar, intuir y comprender, 
                    el ser humano tiene que acatar la bio-lógica. Los humanos 
                    arrai-gados se adaptan ellos, en cuerpo y alma, a las biorregiones 
                    más difíciles del planeta: los hielos del ártico, 
                    junglas y desiertos, montañas hasta alturas inverosímiles... 
                    No tratan de cambiar el medio ambiente sino de adaptarse ellos 
                    al mismo. Cuando prima esta actitud, las adaptaciones físicas 
                    y síquicas logradas por los  seres 
                    humanos, así como las tecnologías “suaves” 
                    que brotan de su ingenio, aliado a la naturaleza, son sorprendentes. 
                    Pruebas vivientes de ello son muchos pueblos de Los Andes, 
                    de las Selvas Amazónicas, los nómades del Chang 
                    Tang del Tibet, los Inuit del Ártico, los Ikung del 
                    Desierto de Kalahari... o los extintos onas del extremo sur 
                    de nuestro país, que podían vivir casi desnudos 
                    en los hielos.¡Cómo hemos cambiado y cómo ha cambiado 
                    nuestro planeta desde que decidimos construirnos una antropósfera 
                    (esfera del hombre alienado de la naturaleza) artificial, 
                    ignorando, e inclusive tratando de torcerle la mano a la biológica! 
                    A los seres humanos civilizados (de las ciudades) se nos puso 
                    en la cabeza 
                    que nuestro rol en esta Tierra era cambiarlo todo, que podíamos 
                    mejorar el sistema de la biosfera para sacarle el jugo y llenar 
                    a reventar las arcas de unos pocos. Vida transformada en “plata”. 
                    Porque el dinero que llena bóvedas de bancos es una 
                    forma de energía, es como un destilado material final 
                    del trabajo de muchos seres, y de la utilización de 
                    muchos recursos naturales que provienen de todos los ámbitos 
                    de la biosfera: del reino mineral, vegetal, animal... de los 
                    océanos y todos sus seres, de las montañas, 
                    de los desiertos y de las selvas. El dinero acumulado, y todo 
                    lo acumulado, tiene un elevado costo económico que 
                    muchos no ven. Son energía, materia e información 
                    sustraídas a la fuerza (las “fuerzas” asalariadas, 
                    casi esclavas del sistema), y luego congeladas en bóvedas 
                    y cajas fuertes, o en la forma de cosas “valiosas”, 
                    joyas, objetos de arte, propiedades... Transformamos lo orgánico, 
                    lo perfumado, sabroso, lleno de colores, amable, querible, 
                    en “oro” (hoy día, vulgares billetes), 
                    y en cosas inorgánicas: televisiones, autos, armas, 
                    edificios gigantes, yates, computadoras... Es como la maldición 
                    del toque de Midas...
 La 
                    naturaleza, la biosfera, no está diseñada para 
                    que se le extraiga plusvalía. Más bien, se ha 
                    ido desarrollando en forma finísima a lo largo de millones 
                    de años para permitir que la comunidad biótica 
                    pueda subsistir y seguir desplegándose; evolucionando 
                    hacia rumbos azarosos, desconocidos incluso por las divinidades, 
                    según dicen científicos (principio de incertidumbre), 
                    místicos y filósofos. Si una sola especie terrestre, 
                    como nosotros, empieza a profitar de todo, sin respeto, sin 
                    conciencia biosférica, sin sabiduría biológica, 
                    pasa lo que nos está pasando hoy en este agotado y 
                    sufriente planeta... Ecólogos 
                    y biólogos llegan a la conclusión de que el 
                    único propósito aparente de la vida es precisamente 
                    la perpetuación de todo lo viviente. La bio-lógica 
                    es amoral, pero absolutamente igualitaria. Ver a un par de 
                    leonas destrozando viva a una gacela de ojos desorbitados 
                    enseña que el bien y el mal son problemas del ser humano, 
                    productos de su misteriosa libertad y poderes. Pero el animal 
                    mata sólo lo justo para satisfacer su hambre. No acumula, 
                    no acapara. No mata ni destruye gratuitamente por poder, dinero, 
                    política o ideas. Sólo el ser humano puede ser 
                    inmoral: ir contra la moral y poner así en peligro 
                    de muerte a toda la biosfera por involución socioecológica 
                    u holocausto nuclear. La moral natural, entonces, parece ser 
                    simplemente la bio-lógica, que pone límites 
                    a la cantidad de daño o desequilibrio bioecológico 
                    que puede provocar alguno de los audaces experimentos de la 
                    naturaleza; por ejemplo, la raza humana. Si la entropía 
                    que genera una nueva creación es excesiva, es decir, 
                    si no logra armonizar con el resto de la biosfera, esta se 
                    cancela, se destruye. A 
                    lo largo de los tiempos, muchas antiguas especies vegetales 
                    y animales no lograron adaptarse a los cambios de la biosfera 
                    o sobrevivir a sus grandes cataclismos, y se extinguieron 
                    para siempre. Casi lo mismo podría ocurrir si una creación 
                    juvenil, como la especie humana, no solamente no consigue 
                    armonizar con el resto de la comunidad biosférica, 
                    sino que prácticamente le declara la guerra. En nuestro 
                    caso, la evolución ejercería su ciega justicia 
                    bioecológica a través de una novedosa forma: 
                    la autodestrucción. Nuestra caída, eso sí, 
                    podría significar la extinción de toda la vida 
                    en el planeta. Pero la vida es tenaz y, como el Ave Fénix, 
                    casi siempre renace de las cenizas y las sombras. Lo que podría 
                    no renaces en la biosfera siguiente es la raza humana, pasando 
                    a la historia como uno de sus tantos experimentos fugaces. 
                    Lo curioso es que esta destrucción no la podemos efectuar 
                    a “mano limpia” ni con nuestros orgánicos 
                    y frágiles cuerpos, sino solamente con nuestras férreas 
                    máquinas y casi milagrosos engendros tecnológicos.  |