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                    | Gastón 
                        Soublette Asmussen |   
                  El 
                    gran lonco Calfücura. En 
                    los malones, cuando se veía urgido, él pedía 
                    una lluvia o un viento que levantaba las piedras y los huinca tenían que volverse. 
                    A lo mejor tenía un
 Pichi-Pillán. Era una piedra en forma de persona, ese 
                    es el que le daba la
 fuerza para ir a la guerra.
 (Relato 
                    de José Carril Pircunche, de Cajón, cerca de 
                    Temuco, hablando
 de Calfücura. Información de Internet, página 
                    de José Miguel Varas.)
 
                     
                      
                      | En 
                          artículos anteriores me he referido a la organización 
                          antigua del pueblo mapuche, destacando el hecho de que 
                          era más la naturaleza que el artificio político 
                          lo que determinaba dicha organización. Amplias 
                          organizaciones familiares (Aillarehue) diseminadas por 
                          el paisaje era el modo de habitar la tierra de nuestros 
                          ancestros “chiliches” (gente de Chile), 
                          en las que el parentesco de sangre y la configuración 
                          del territorio imponía las formas básicas. 
                          Por eso, toda concentración del poder en un jefe 
                          o grupo directivo que trascendiera la dimensión 
                          familiar y territorial de la comunidad  |  |     |    
                     
                    era 
                    un hecho excepcional, y la autoridad conferida por consenso 
                    de los jefes locales a un gran jefe duraba el tiempo estrictamente 
                    necesario para afrontar una emergencia.  
                      Con 
                    todo, la influencia de la mentalidad imperialista española, 
                    por una parte, y la de los chilenos republicanos, por otra, 
                    cambiaron las tradiciones mapuches en lo que a la concepción 
                    de poder se refiere. Es así como puede explicarse el 
                    “señorío” de los grandes loncos 
                    del siglo XIX, distinguidos “ülmen” (hombre 
                    rico y poderoso) servidos por grandes séquitos de mocetones 
                    incondicionales, temidos y venerados por su modo arbitrario 
                    de administrar justicia y contagiados con la crueldad de que 
                    hicieron gala los conquistadores de los siglos anteriores. 
                    A ese tipo de loncos pertenecieron Calfücura, Namancura, 
                    Nahuelcol, Quilapán y Mangín. Todos, poderosos 
                    señores que ejercieron su autoridad sobre vastos territorios 
                    y multitud de comunidades, tanto en Chile como en Argentina. Entre 
                    ellos se destaca Calfücura por su original personalidad 
                    y su asombrosa poética de vida. Su nombre significa 
                    “piedra azul” y se debe a un talismán de 
                    gran poder que él encontró en el vientre de 
                    uno de sus caballos. Nació en 1760 y murió en 
                    1872: vivió ciento doce años. Fue iniciado en 
                    las enseñanzas secretas de su pueblo en cavernas de 
                    iniciación ubicadas en los faldeos cordilleranos del 
                    lado argentino. Su 
                    gran sueño (irrealizable) fue el concebir una confederación 
                    indígena panamericana, es decir, el sueño de 
                    Bolívar aplicado a la población indígena 
                    del continente. En compañía de su hermano Kilapán 
                    (“tres leones”) derrotó a los jefes indígenas 
                    argentinos que se opusieron a sus planes, y obtuvo, él 
                    y su hermano, la adhesión de miles de mapuches argentinos. 
                    Llegó con sus huestes hasta las puertas de Buenos Aires. Poseía 
                    conocimientos de alta magia y muchos decían que sus 
                    poderes le habían sido conferidos por un héroe 
                    legendario del pasado prehistórico mapuche llamado 
                    Ollol. Tenía el don de visión y audición 
                    a distancia, y por su alta iniciación conocía 
                    muy bien los signos de la naturaleza, que le indicaban cómo 
                    y cuándo actuar o abstenerse. Los 
                    grados de la iniciación, según la etnografía 
                    clásica, eran, primero, el Hueñi (“el 
                    principio de lo nuevo”), que correspondía a los 
                    doce años de edad. De ese grado derivada una condición 
                    más madura denominada Quidungen (“el que es dueño 
                    de sí mismo”). Los iniciados nuevos eran llamados 
                    también Hueche, esto es, “hombre nuevo”. 
                    Los dioses de la guerra favorecían a los jefes que 
                    sabían ganarse su protección. Estos dioses eran 
                    los cuatro Hueichafe. De esa misma raíz deriva la expresión 
                    “Hueichan reche”, que significa “el luchador 
                    auténtico y puro”. El grado supremo era el llamado 
                    Coná (“guerrero”). El 
                    iniciado integraba, entonces, una comunidad sagrada de guerreros, 
                    la cual, en el siglo XIX, alcanzó en ciertos casos 
                    a constituir ejércitos muy numerosos, al mando de los 
                    antes mencionados Coná ülmen, tales como el célebre 
                    Calfücura. El antiguo “toqui”, o guerrero 
                    jefe supremo de los mapuches, como fue el caso de Lautaro, 
                    correspondía a un tipo de hombre menos pretencioso 
                    en lo personal. La 
                    tradición dice que Calfücura poseía dos 
                    corazones, uno a la derecha y otro a la izquierda. El mito 
                    de su mágica vida pretende que a su muerte su cuerpo 
                    fue abierto para constatar el prodigio, y ambos corazones 
                    seguían latiendo, y seguirán latiendo bajo la 
                    tierra como motor oculto de la bravura y señorío 
                    de los mapuches...
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