:: PERSONALIDADES.
   

Gastón Soublette Asmussen
Música e improvisación.

Los así llamados “sistemas musicales”, referidos a la constitución de las gamas de tonos adoptadas tradicionalmente en las prácticas musicales de los pueblos, significan el comienzo de lo que podemos llamar un “pensamiento musical”. Con eso se está queriendo decir que después de los tiempos del sonido ritual, los músicos realizaron su ejecución a partir de estructuras sonoras preestablecidas, dentro de las cuales, por muy libre que dicha ejecución fuera, se creó una atmósfera sonora coherente que la sensibilidad auditiva del oyente pudo identificar conforme a la tradición. Otro tanto puede decirse de la secuencia rítmica que encuadró en períodos sucesivos la emisión melódica, como también del timbre de los instrumentos empleados.

Para los que han tenido una experiencia de la música oriental, o étnica en general, está claro que lo que aquí he llamado un “pensamiento musical” es sólo un marco de tonos sucesivos, o de figuras rítmicas características, dentro del cual la música

surge de una extensa improvisación. Lo dicho vale para las prácticas musicales de todos los pueblos a través de todos los tiempos, tanto en oriente como en occidente. Así, se puede decir que la inspiración espontánea ha sido como la esencia de la música en los milenios de historia conocida hasta el momento en que el “pensamiento musical”, expresado en la notación, fijó por escrito la secuencia melódica y rítmica. Eso ocurrió en la Europa medieval ante la necesidad de reforzar la tradición oral del canto litúrgico en la iglesia cristiana de occidente y las melodías con que los trovadores de los siglos XII y XIII concibieron una parte considerable de su producción lírica.

Esa primera notación fue muy imperfecta, sobre todo en lo que se refiere a las canciones trovadorescas, memorizadas mediante simples comas ubicadas en líneas o espacios de una pauta de cuatro, cinco o seis líneas; se trata simplemente de apuntes para ayudar a la memoria de los juglares cantores e instrumentistas. Pero en lo que se refiere a la notación de la música litúrgica, dada la evidente superioridad cultural de los monjes sobre los seglares, mediante signos cuadrados, trazos de unión, puntos y otros se elaboró una escritura sonora de gran efectividad para la lectura fiel de la secuencia tonal y rítmica de esa especie de canto reconocido con el nombre de “gregoriano”.

En lo que a la música trovadoresca se refiere, debe ella ser considerada como la primera manifestación musical “profana”, es decir, no religiosa, de la Europa cristiana, como también su texto debe ser considerado como la primera forma de poesía lírica en lengua romance (es decir, no en latín) que los europeos crearon. Lo que nos interesa de esta música, que recién en la segunda mitad del siglo XX el mundo comenzó a conocer gracias a las investigaciones de eminentes musicólogos y a las ejecuciones de conjuntos instrumentales y vocales especializados, es que en ella se daba la posibilidad de la improvisación. La melodía de la canción, en gran parte se trasmitía oralmente y con alguna fidelidad, pero su difusión, por fiel que pretendiera ser, no podía evitar que en la trasmisión de un juglar a otro se produjeran variantes. La rudimentaria notación (ayuda memoria) tampoco pudo evitarlo. Por eso hay algunas melodías de trovadores provenzales que se encuentran en la tradición trovadoresca de Inglaterra, de Alemania y de España (Cantigas del rey Alfonso) con variantes considerables.

Pero esa “entonación” era sólo como la osamenta de un cuerpo vivo que debía ser construido sobre ese soporte supuestamente fijo, lo cual dejaba un amplio margen a la imaginación de cantores e instrumentistas. Estos últimos daban libre curso a su creatividad espontánea sobre todo en la “obertura” o “intrada” y en los interludios que separaban las diferentes estrofas de la canción, a la manera de un “jazz” de los siglos XII y XIII, para lo cual la influencia de la música árabe ejercida sobre Europa principalmente desde el califato de Córdoba, fue determinante. Hoy hay consenso entre los musicólogos en que las canciones de los trovadores europeos fueron en sus comienzos como una réplica del estilo árabe vocal e instrumental.