:: PERSONALIDADES.
   

Gastón Soublette Asmussen
La Gracia.
Una vez más el autor nos presenta un hexagrama del I Ching. Esta vez se trata del signo Nº 22, La Gracia.
Quien quiera saber más sobre El I Ching (EL Libro de las Mutaciones) puede informarse en La Libroteca del Dedal de Oro (teléfono 8611526).

En castellano esta palabra tiene dos acepciones principales, a saber, lo que está dotado de gracia en el sentido estético de la palabra, y lo que procede de Dios como don gratuito. En el I CHING este término corresponde al nombre del hexagrama Nº 22, en cuyo texto se entiende que su sentido apunta a la primera acepción antes señalada. Se trata de la belleza de las formas con que el hombre obra, se viste, construye, y fabrica objetos útiles o simplemente hermosos. Los historiadores clásicos de China cuentan que Confucio, hombre de gran seriedad moral y rigor, en una de las consultas que hizo al oráculo de las varillas de milenrama obtuvo este hexagrama,

y en particular, el dictamen que aconseja recortar con gracia su barbilla de letrado.

Sus biógrafos dicen que el maestro se sintió defraudado y hasta molesto por la respuesta. Aunque luego reaccionó y entendió que la belleza es el resplandor de la verdad, y que de hecho no hay nada que sea verdadero y que no sea en algún sentido estético. Desde entonces comenzó a interesarse más por la música y la poesía. Asimismo por los ritos, a los cuales definió como la conducta humana transformada en obra de arte. Otro tanto le ocurrió al filósofo alemán Martin Heidegger, quien después de hacer esfuerzos inauditos por alcanzar el SER mediante el lenguaje, cayó en la cuenta de que eso era imposible. Entonces su lenguaje se había vuelto serio de seriedad absoluta, alambicado y en cierto sentido aberrante. Fue entonces que comprendió que el SER sólo puede ser reflejado o sugerido y no precisamente mediante el discurso filosófico, sino mediante la poesía, la música y las demás artes, incluida la danza. No hay SER ni VERDAD sin belleza.

El hexagrama Nº 22, llamado "La Gracia", asocia dos trigramas may contrastantes: abajo el fuego, LI, y arriba la montaña, KEN.Dos elementos del orden natural que impresionaron muy especialmente a los hombres de las remotas edades y que siguen impresionando aún a quienes integran las comunidades indígenas que quedan en el planeta.

La antropología contemporánea sostiene que el hombre aprendió a reír y a llorar cuando generó el fuego con sus propias manos frotando dos trozos de madera. El fulgor de la primera llama, surgida de una experiencia deliberada del hombre, fue algo así como una respuesta divina que legitimó el esfuerzo humano. Pero esa respuesta, aparte de ser poderosa y efectiva, fue bella y digna de mística contemplación. El hombre primitivo asoció espontáneamente al fuego con el espíritu que desde una interioridad misteriosa anima las cosas visibles. En lo que se refiere a la montaña, todos los hombres de la antigüedad consideraron esas eminencias de la tierra como moradas de los dioses. La mas antigua designación del Dios de los hebreos es ELSHADAY, que significa "el de la montaña". En ese sentido la teofanía del monte Sinaí se hizo visible para los hebreos como fuego sobre la montaña, esto es, la inversión del hexagrama Nº 22 del I CHING. Curiosamente esa inversión se produce pasando de la "Gracia" como estética a la "Gracia" como don de Dios.

En el hexagrama Nº 22 del I CHING, el fuego está abajo, esto es, en la interioridad desde donde embellece a la montaña con su resplandor. El texto del comentario dice que el resplandor embellecedor es débil, con lo cual se pretende decir que la gracia es apariencia y que por eso no puede llegar a ser más importante que la sabiduría y la ética. Preocuparse de la gracia como aspecto prioritario de la vida ha sido siempre desastroso. El palacio de Versailles, durante el reinado de Luis XV de Francia, fue el reino de la gracia. Fue al término de ese reinado que el soberano acuñó su célebre frase: Después de mí, el diluvio, la cual corresponde a la premonición que tuvo de que obrando de esa manera socavó las bases del orden social y preparó la insurrección que instauró la guillotina y el reinado del "terror".

La asociación del fuego con la montaña, dice además el comentario del I CHING, sugiere que las acciones del hombre deben estar asentadas con la estabilidad y la firmeza de las montañas, en la sabiduría y la ética, y recubiertas con el resplandor de la belleza. Pero esa verdad fue de este modo proclamada en una época en que todas las cosas eran realizadas con arte. Nosotros, hombres del siglo XXI, vivimos desde hace ya siglo y medio en una era en que lo útil y lo bello se han divorciado. El comienzo de ese trágico proceso, en la segunda mitad del siglo XIX, generó como reacción las formas monumentales del romanticismo arquitectónico, musical y literario, en las que se pretendió salvar la poética de la vida mediante altas concentraciones de la belleza, al punto de provocar una revelación estética deslumbrante en medio de un mundo que se volvía cada vez menos estético. Tales fueron los dramas musicales de Wagner y las sinfonías de Mahler. Y los grandes monumentos metropolitanos.

Volviendo al hexagrama Nº 22 del I CHING, cabe sospechar que el lugar modesto asignado en este tratado oracular a la belleza, se debe al rigor de la ética confuciana. Es probable que en las versiones taoístas del Libro de las Mutaciones (I CHING), hoy eliminadas por los confucianos, el lugar asignado a la belleza haya sido más significativo. La pintura del paisaje de la era Tang (s.VII d.c.)y la Song (s. X d.c.), demuestra que la belleza fue para los artistas y pensadores chinos bastante más que lo que se entiende leyendo el texto de este hexagrama llamado "La Gracia".