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                    | Gastón 
                        Soublette Asmussen |  
                   
                    | Ante 
                      la pregunta: ¿es el viento el que mueve a la bandera 
                      o es la bandera la que mueve al viento?, el maestro respondió: 
                      Es la mente que se mueve. Ante la pregunta: 
                      ¿es el tiempo el que genera los cambios de las cosas 
                      o son los cambios de las cosas los que generan el tiempo?, 
                      lo más probable es que el maestro hubiese respondido 
                      lo mismo. Desde el aseo matinal hasta el sueño, desde 
                      la evacuación de los intestinos hasta la meditación 
                      y la iluminación súbita, todo es Zen para 
                      el Zen. La perfecta cultura personal, aquella que pone fin 
                      al dolor, al cautiverio de las obras y a la acumulación 
                      de los males. Es también el fin de la historia... 
                      Cuando la historia muere en mí yo muero para la historia. 
                      Caminando por la calle soy la no historia que se desplaza 
                      en el cauce por donde fluye la historia. Es el monje en 
                      cuya lenta marcha un pie adelanta a otro pie cada cuatro 
                      segundos. 
 |  |  |  El 
                  hace sonar su campanilla de bronce como un leproso que avisa 
                  su enfermedad para que se hagan a un lado y lo dejen pasar. 
                  El único enfermo entre los sanos. Pero su hábito 
                  es magnífico, su continente majestuoso. Avanza imperturbable 
                  en medio de una multitud de cabellos negros y ojos rasgados 
                  vestida de parcas y poleras de fibra plástica. Su rostro 
                  está semi oculto bajo el ala de su ancho sombrero cónico. 
                   Su 
                  mano sostiene con humildad el cuenco de madera en el que espera 
                  se le ponga un poco de comida. Algunos lo hacen pero su gesto 
                  no alcanza hasta la compasión. Sólo los mueve 
                  el deseo de abreviar su karma personal. El monje no se lo agradece, 
                  para ayudarlos también a abreviarlo. Su retribución 
                  es proporcional, sólo que al monje sí lo mueve 
                  la compasión. Es lo que debemos creer, al menos.  La 
                  presencia remueve las aguas de la mente y entorpece la transparencia 
                  del entendimiento. Me gusta cuando callas porque estás 
                  como ausente, dice el poeta a su amada. En otro pasaje 
                  se deleita con su ausencia: Si no está (ella) me 
                  gusta ver vacío el patio y la huerta, y la espero sin 
                  desear que llegue. Los nietos de la dama japonesa no entienden 
                  a su abuela. Están vestidos de bleu jeens y poleras estampadas 
                  con caras de cantantes de rock y palabras en inglés. 
                  Ellos se maravillan de que cuando una amiga anciana como ella 
                  la visita, ambas permanezcan en silencio durante horas. La visita 
                  termina con una reverencia, y en ese protocolo mudo y sencillo 
                  parece resonar el eco de las palabras no dichas: hemos 
                  compartido un buen silencio. Y eso porque ambas están 
                  inmersas en la mente de Buda. Los 
                  anales de la historia avanzan quemando etapas. Las etapas quemadas 
                  trasmutan su sustancia en C02. Las moléculas del reinado 
                  de Guillermo de Inglaterra o Luis Capeto de Francia han entrado 
                  varias veces por nuestras narices. La serpiente engulle otras 
                  serpientes hasta el día en que su digestión se 
                  paraliza. La presa engullida sale entonces de la manga que la 
                  aprisionaba, en movimiento retrógrado. Si 
                  quieres que algo se reduzca, dice Lao Tse, debes dejar primero 
                  que se desarrolle. Cuando se ha desarrollado hasta colmar su 
                  medida, el profeta siente que ha llegado su momento, después 
                  de pasar una vida observando con santo temor cómo la 
                  vida se repliega para dejar a la opulencia avanzar por la vía 
                  ancha hacia su ruina. El conocer ente movimiento de retracción, 
                  dice Confucio, confiere el conocimiento del futuro. Por eso 
                  el profeta rema contra la corriente. Algo que se expande es 
                  también algo que se contrae. Un tiempo que se adiciona 
                  es también un tiempo que se resta. El profeta entonces 
                  viste harapos y es el hazmerreír de todos. Es el loco 
                  Isaías que toma a una ramera por esposa, o es el inocente 
                  ruso a quien los granujas han robado su última moneda. 
                  Sobre la nieve endurecida del peor de los inviernos, dirige 
                  él su mirada hacia las majestuosas torres del Kremlin, 
                  y con la voz quebrada por la aflicción le anuncia al 
                  Zar Boris el fin de su reinado. Los granujas se han ido y nadie 
                  escuchó sus palabras. Es el soplo del viento sobre el 
                  hielo el que las vuelve poderosas.    |