Encabezado Dedal de Oro
TRADICIÓN ORAL
Vendo una gallina
Relato hablado, rescatado por Cecilia Sandana GonzÁlez.
Si San Juan supiera
cuándo es su día
bailarían las piedras
de pura alegría.
Si el Santo Juan supiese
cuándo es su día
el cielo con la tierra
se juntarían.
Imagen de la típica gallina negra para cazuela de campo

Era un día de Junio. El padre de familia estaba desesperado, muchos hijos y nietos ya tenía que alimentar. En la zona de El Ingenio no había mucho trabajo y necesitaba dinero. No quería ser ni siquiera rico, sólo esperaba tener pa' comer y darse algunos gustitos. Por eso pensó en hacer pacto con el diablo. Pero era demasiado tener que entregar su alma y pasarse la eternidad recociéndose en las llamas del infierno junto a Don Sata. Sin embargo, se acercaba la noche de San Juan, donde se pueden hacer distintos rituales sin tener que endeudarse con el Cachúo, porque si uno le vende alguna cosita no tiene pa' qué llevárselo, como dice la tradición.

La mujer, que es la que prepara los alimentos familiares, se había conseguido una gallina de casa pa' que le diera huevitos frescos, pero como ponía sólo un huevo, se los sorteaba a los niños más pequeños. La cuidaba re mucho, le daba maíz y harinilla, siempre andaba con el buche lleno y la tenía en un gallinero pa' que los perros no la fueran a matar.

Pero el astuto hombre pensó en hacer el negocio del año. Se dijo: le vendo la gallina negra al diablo y mañana le compro una docena a la vieja. Total, no se iba a dar ni cuenta, y cuando lo hiciera el buen marido le tendría lleno el gallinero con aves de todos colores.

Era 21 de Junio. Como a las seis de la tarde el hombrón se tomó un tacho de té con un pedazo de tortilla caliente. El nerviosismo le tenía el estómago apretado, de modo que se limpió los bigotes, haciéndose el leso salió, entró al gallinero, maneó a la gallina de las patas y la puso dentro de un saco harinero. En la casa ni cuenta se dieron, con el llanto de los niños y su gritadera. Tomó su rumbo el hombre, la mente la llevaba en blanco, descendió por el camino hacia El Ingenio, cruzó el puente sin mirar el río, sólo que su ruido le estremecía el alma y cada vez sentía más miedo. Pero qué le iba a hacer, era la única posibilidad de salir del apuro económico en que se encontraba su familia. El frío le carcomía los huesos, su paso era lento pero firme. Pasó un huaso por su lado, le saludó, y él le respondió con un yehalé sin muchas ganas. Ya eran como las once de la noche, harto había caminado, ya estaba llegando al estero de El Ingenio, donde hay una intersección de caminos, uno que cruza la quebrada y otro que desciende. Prendió el último cigarro que le quedaba. La gallina ya ni se movía dentro del saco. Pensó en su apuesta, tomó fuerzas, y se dijo que el diablo de puta madre no se las ganaría, que ni se le ocurriera llevárselo porque le iba a mostrar un crucifijo hecho de ramas, lo iba a morder y a pegar unos combos que le quedaría todo marcado. Además se sabía las doce palabras redoblás que sirven pa' alejar todo el mal.
Ya faltaban como cinco minutos pa' las doce cuando comenzó el ritual. Se paró con la chaqueta abierta y la gallina bajo el brazo justo en el cruce de los caminos, y con voz sacada desde el fondo del ser lanzó un fuerte grito: ¡quién me compra esta gallina negra en trescientos pesos! Pero no hubo respuesta, sólo sonaron unas ramas, seguramente por el movimiento de algunos bichos que despertó con el grito. Tiritaba de susto, pero no hubo respuesta del diablo, así que se subió los pantalones y gritó nuevamente: ¡quién me compra esta gallina negra en trescientos pesos! Las piernas ya se le doblaban y el diablo no escuchaba. Pero ya no había arrepentimiento que valiera, y siendo las doce en punto gritó por última vez. La voz le tembló, sentía que lo iban a agarrar por atrás, mientras la gallina maniatada aleteaba para salvarse. ¡Quién me compra esta gallina negra en trescientos pesos!, gritó, y en eso escucha un grito no muy lejos que dice: ¡ya, tráela pa'cá pa' que te dejís de huevear, yo te la compro! Con el susto no supo de nada, soltó la gallina, se le calló el sombrero y salió saltando por entre el monte. Todo rasguñado iba el hombre, hasta unos porrazos se dio, pero el susto lo hacía arrancar como alma que se lleva el viento, y corrió hasta su casa donde, al lado de su mujer, se sintió seguro. Nunca se lo contó a la ñora, porque no lo perdonaría, por huevón.

Mientras tanto, el supuesto diablo que había gritado estaba muerto de la risa, porque se trataba de un cristiano que estaba acampa'o por allí cerca cuidando su ganado. Cuando aclaró fue a mirar al cruce del camino por si al valiente se le había quedado algo, y sí pues, allí estaba el sombrerito entierrado y la gallina cansada en el suelo, amarrada. De manera que pa' ese día le esperaba una rica cazuela de campo.

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