Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 59 - Año X, Verano 2012 |
CINE |
Sobre Raúl Ruiz |
JAIME CÓRDOVA |
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Así como hay niños que nacen en familias equivocadas, ya sea por obra del azar, el destino o el determinismo inescrutable del cual todos somos presa, Raúl Ruiz nació en Chile, nada más lamentable. Pero, si se ve desde otra perspectiva, qué bueno que un chileno logró salir de su país e instalarse en otras latitudes. Pero una vez que lo hizo dejó de ser chileno, y pasó a convertirse en un cineasta francés (Raoul).
Así como le sucedió al poeta Huidobro, Ruiz dejó el país, tal vez por la fuerza de las circunstancias; y también, quizá, esas circunstancias aceleraron esa marcha secretamente, e inconfesamente anhelada, porque no había nada que hacer en Chile, porque la vanguardia no llama la atención de nadie en este esmirriado país.
Ruiz, nacido en Puerto Montt en 1941, dejó la carrera de derecho y se dedicó a la dramaturgia. Sus obras de teatro fueron muchas (Dúo, La estatua, La maleta, El niño que quiere hacer las tareas, Cambio de guardia, entre otras), y terminó trabajando en Canal 13 adaptando teleteatros por allá en 1967. En 1963 se va a Argentina a estudiar cine al Instituto Cinematográfico de la Universidad del Litoral de Santa Fe, sólo para legitimar sus conocimientos.
Ese mismo 1963 fue testigo de la realización de su primer corto argumental, La maleta, al que le seguirían otros cortometrajes, algunos terminados, otros abandonados en fase de postproducción, por lo que se podría decir que gran parte de la prolífica obra de este cineasta está constituida por películas fantasmas, nada más propicio para la leyenda y el mito.
Hoy todos reconocen en Ruiz una cualidad admirable, esa que le permitió plasmar, en uno de los pocos ejemplos que ha dado el cine nacional, esa imagen identitaria del ciudadano chileno, tan esquiva, por la aparente invisibilidad o inexistencia de su ontología criolla, y que se conoce bajo el nombre de Tres tristes tigres.
Su paso por el gobierno de Allende y sus filmes reflexivos sobre el proceso de la UP, y la posterior crítica a los militantes de izquierda (que le granjeó el desprecio de estos) que se vieron expulsados del país tras el golpe en Diálogo de exiliados, e incluso el intervenido montaje y posterior pasteurización de su Palomita blanca, no pueden ocultar la postura de Ruiz frente al cine, una postura que, más que ideológica, es estética, y que le llevó a escribir una carta abierta a la revista Ecran por allá en 1968:
"Alejo Álvarez declara que el cine es una industria, y por lo tanto, una manera de ganar plata (ganar plata significa "hacerse la torta", en ningún caso "ganarse los porotos"). A partir de ese hecho irrefutable, deduce que hay dos tipos de películas: esas que son bastante buenas, pero no atraen al público, y las que "no son artísticas", pero rinden, dan dividendos. El teórico Álvarez nos ofrece, pues, una disyuntiva: o hacemos un cine "para elegidos" o un cine para todo el mundo (y, por lo tanto, malo) (…) Quien rompe este cuidado esquema es Germán Becker, porque, ignorando la disyuntiva cinearte (latoso pero instructivo) y cine comercial, se dedica a hacer un cine íntimamente ligado a nuestra manera de ser: su fin último, hacerle propaganda a Chile (y, por lo tanto, al Gobierno); su método: cultivar el chauvinismo de los chilenos hasta sus últimas consecuencias. El resultado: gran éxito de taquilla".
Y no se equivocó, pues con siete semanas desde su estreno, Ayúdeme usted compadre tenía recaudado 1.481.884 escudos, y Tres tristes tigres, a tres semanas de su estreno, la risible suma de 59.729 escudos.
Tal como pasó en Francia a fines de la década del 50, cuando los jóvenes críticos de Cahiers du Cinema abogaban por un cine nuevo, rupturista con los añejos códigos narrativos del cine clásico, y fundaban, de paso, la Nouvelle Vague, en Chile, diez años más tarde (que es más o menos el tiempo de desfase que tenemos culturalmente con Europa, aunque creo que podemos aumentarlo a 30) se daba la misma situación.
Ante los dichos de Ruiz salta Naum Kramarenco, quien provenía del viejo emporio de Chile Films y mantenía un respeto irrestricto al modelo norteamericano (cinematográfico e |
FOTO : ADOLFOVROCCA.BLIGOO.COM |
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ideológico). Tras visitar el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar y presenciar las películas chilenas que se estaban gestando y exhibiendo, señaló a Ecran:
"La pintura, la escultura, la música, todas las artes, tienen miles de años. El cine tiene poco más de 70. Entre un pintor de hoy y el que pintó los muros de las cuevas de Altamira, hay miles de años de diferencia. Podemos hablar de pintura prehistórica, antigua, moderna, joven. Pero entre un realizador de 25 años (que era la edad de Ruiz en ese momento) y uno de 40, con relación a la edad del cine, ¿qué diferencia hay? El cine es joven. Todos los que estamos vivos somos sus iniciadores. Todos buscamos conjuntamente su camino hacia la madurez, hacia su propia verdad. Vimos recientemente en el Festival de Viña del Mar que el tan cacareado cine nuevo consiste en los mismos balbuceos de siempre, farfullados en confuso lenguaje cinematográfico por los imberbes nuevos. Mientras más maduro sea un realizador de este arte tan joven, más vivencias y más verdad pueden aportar a él. La realidad resultante certifica la única verdad: El cine es joven en sí, y lo hacen los que son capaces, punto".
Hoy podríamos llevar esta discusión a los conceptos opuestos de educación v/s entretención, como si la cultura y el arte debiesen ser entretenidos para poder ser deglutidos por las papilas postmodernas de los jóvenes chilenos, a los cuales no les interesa saber nada, o por lo menos nada que no encaje en sus modelos, construidos sobre la base del marketing, el consumismo y la falta de templanza de los apetitos humanos.
Ruiz, en Francia, pudo dar rienda suelta a su creatividad, que en Chile era considerada como marginal, pero en Europa, más allá de ser vista como algo exótico, vieron que había algo, un contenido iridiscente que hacía referencia a etapas pasadas de la pintura y la literatura francesa de fines del siglo XIX, precisamente al impresionismo, corriente que, perfectamente, podría ser catalogada como vanguardista, ya que apela a la interpretación que el artista hace de la realidad y no la copia detallista, y a veces burda. Siendo así, el cine de Ruiz busca esa esencia, distorsiona (de un modo que nos lleva a confundirnos con el surrealismo) la temporalidad, tratando de indagar, en ese juego de tiempos paralelos, la psicología de los personajes y el verdadero significado de sus actos.
Nada más acertado puede ser la contemplación de El tiempo recobrado, donde destila la esencia narrativa de Proust, y nos lleva lúdicamente a comprender que, cuando se recuerda, el hombre vuelve a estar vivo. Así también lo comprende Arnold Hauser al señalar que : "Nuestros sentimientos e impresiones, nuestros estados de ánimo y nuestras ideas cambian constantemente; la realidad se da a conocer en formas diversas, nunca estabilizadas y, por tanto, toda impresión que recibimos de ella es, al mismo tiempo, conocimiento e ilusión".
En una época donde hacer cine en Chile resultaba tremendamente costoso y arriesgado, y donde, por lo mismo, las únicas películas rentables eran las de José Bohr, Alejo Álvarez o Germán Becker, que alimentaban este escapismo, la falta de compromiso con una realidad social, la evasión ante la búsqueda de una identidad, ya no nacional, sino sudamericana, y el facilismo para con un público mayoritariamente sin pretensiones intelectuales, la figura de Ruiz, totalmente diferente a la de sus colegas coetáneos (Francia, Littin, Covacevich, Soto), está fuera de foco. Mientras los problemas enumerados más arriba eran abordados de diversas maneras por los mentados cineastas, Ruiz se va quedando solo, replegado sobre sí mismo y su búsqueda experimental de la realidad.
Tenía que irse de Chile.
Una vez, Kerry Oñate, desaparecido crítico de cine, al preguntarle sobre las similitudes entre el cine de Ruiz y el de Godard, me dijo que no me preocupara en buscar las estructuras identitarias entre estos dos cineastas: "Raúl Ruiz es Raúl Ruiz". Y así como Ortega y Gasset propuso la división del arte en "arte popular, arte no popular y arte impopular", el tiempo se encargará de sacar la obra de don Raúl hacia corrientes más plácidas para la contemplación, y seremos testigos de una trascendencia, ya que el tiempo es el único juez que otorga a las personas y las cosas su justo lugar en la historia.
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