En mapudungún, que es la lengua de los mapuches (bautizados como araucanos por los españoles), la palabra rupán quiere decir "ocurrir, suceder", pero también, así entiendo, está asociada al atardecer y al evento en que una persona pasa al lado de otra y la deja atrás. Digo esto sin certeza, puesto que no hablo la lengua y los vocablos que conozco no pasan de 30 o 40. Para mí, sin embargo, la palabra conlleva familiaridad porque cuando era muchacho, en Santiago de Chile, jugué por un club de fútbol que se llamaba "Atlético Rupán". Lo dirigía don Tulio, un hombre ya mayor, que tenía un pequeño negocio de revistas y libros viejos en la avenida Irarrázaval. Los domingos por la mañana, cuando teníamos encuentro con algún rival local, convergíamos hacia una de las muchas canchas que la administración del Estadio Nacional ponía a disposición de la comunidad y que estaban dentro del recinto, esto es, los terrenos pertenecientes al estadio. Los jugadores, generalmente, estábamos listos para jugar antes que don Tulio hiciera su aparición, porque caminaba lento; era bastante gordo y cojeaba un poco. Uno de los jugadores que lo conocía mejor, comentaba que, además, se demoraba en desayunar, porque el último trozo de tostada con mantequilla tenía que coincidir con el último trago de té. Si sobraba té, se preparaba otra tostada, y viceversa.
El plantel de jugadores era una clara muestra de lo que, racial y socialmente, ha sido Chile desde la época colonial: una mezcla indígena con europea, con predominancia de los primeros en los estratos de más bajos ingresos. Pero lo que era verdad a comienzos del siglo XX sigue siendo verdad a comienzos del XXI, esto es, que si dos o más de los abuelos de un chileno nacieron en Chile, la probabilidad de mestizaje es bastante alta. Hace algunos años cuando visité la Escuela de Medicina, en Temuco, un colega inmunólogo me señaló una paciente cuya vestimenta indicaba claramente que era mapuche, algo frecuente en aquella región, pero sus rasgos físicos no calzaban.
Cuando expresé mis dudas, mi amigo explicó:
―Es mapuche, vive como mapuche y habla mapudungún, pero proviene de la región de Boroa, donde abundan niños mapuchitos pecosos y con ojos claros.
Un genetista chileno, compañero de departamento cuando yo trabajaba en la Universidad de Chile, examinó la penetración de genes europeos en diversas comunidades indígenas y la penetración de genes indígenas en poblaciones chilenas con alta inmigración europea. Pudo confirmar que el caso de Boroa no era una excepción sino un ejemplo notable de un fenómeno muy generalizado.
Volviendo a nuestro mini-universo del Atlético Rupán, nosotros teníamos toda la gama, aunque los apellidos no lo indicaran y ninguno hablara mapudungún. El representante más claramente europeo era Carlitos Koch Ibáñez; un muchachito delgado, pálido y rubio, que además tenía la singular característica de ser nieto de Carlos Ibáñez del Campo, que en aquellos tiempos ocupaba la presidencia de la república. Hay que aclararlo, aquel presidente, militar de profesión, fue elegido por voto popular, aunque hizo méritos para clasificar como uno de los peores presidentes que Chile ha tenido. (Pinochet no entra en la lista de presidentes, aunque fue un deleznable jefe de gobierno).
Ser nieto del presidente no significaba privilegio alguno, era uno más en el equipo; ni lo libraba de ciertas pullas dirigidas al ya por entonces bastante impopular presidente.
―Oye, Carlitos ―le preguntó sonriendo otro jugador―, ¿por qué tu abuelo es tan cobarde? Lo vi pasar en un coche blindado y con escolta.
―Cállate, huevón ―fue la réplica de Carlitos, y así terminó el diálogo.
Sin embargo, la crítica tenía un fuerte contenido social: ¿cuál era la razón para que ese presidente sintiera la necesidad de protegerse de tal manera? Ciertamente no era el comportamiento tradicional. Su predecesor en el cargo, Gabriel González Videla, por ejemplo, había paseado en bicicleta por las calles de Viña del Mar y no le faltaban enemigos políticos. Yo recuerdo que siendo presidente Jorge Alessandri, quien había seguido a Ibáñez en el cargo, continuó viviendo en su apartamento y cada día caminaba al trabajo, porque no vivía lejos de "La Moneda", o sea, el palacio de gobierno.
Sucedió durante su gobierno, que el obispo de Santiago amenazó con excomunión a quienes vieran la película "Les Amants" de Louis Malle (protagonizada por la inolvidable Jeanne Moreau). ¡La que se armó! por ambos bandos. El presidente Alessandri, como era lógico, no tomó partido en la polémica, pero estaba interesado, y una tarde, tras salir de su trabajo presidencial, se dirigió completamente solo a un cine céntrico donde daban la película, compró una entrada y la vio. Jamás emitió juicio sobre ella en público.
Hay cientos de anécdotas que ilustran el punto, con muchos presidentes. La única excepción fue Salvador Allende, a quien efectivamente querían matar aquellos que solo son defensores de la democracia cuando ganan las elecciones.
No es para sorprenderse, por lo tanto, que aquello de viajar siempre escoltado y en coche blindado, cuando nada grave ocurría en el país, fuera visto con malos ojos por los habitantes, incluyendo a la muchachada. Mas, ocurrió en nuestro club de fútbol algo que fue muy revelador. Cuando faltaba un árbitro imparcial para nuestros partidos, lo cual era relativamente frecuente, era necesario recurrir a los adultos que nos acompañaban, de manera que don Tulio nos arbitró varios partidos. Aquello era digno de verse: aquel hombre grande y gordo se paraba cerca del centro del campo y giraba en redondo siguiendo el juego con el pito en la boca, casi sin desplazarse de aquel sitio, a menos que fuera absolutamente inevitable. Si concedía un lanzamiento penal, por ejemplo. Pese a todo esto, no lo hacía tan mal aquel don Tulio; sin embargo durante una de sus actuaciones referiles, Carlitos Koch, que estaba jugando particularmente mal esa mañana, no paraba de protestar con su penetrante voz de pito.
―Pero don Tulio, ¿no vio la zancadilla?
―¿Está ciego que no ve los empujones?
―Puta, don Tulio, hasta cuándo los deja jugar así…
Tras una serie de protestas por parte de Carlitos, don Tulio sopló el silbato y le gritó:
― ¡Koch, se va del campo! ―y luego vino el colofón― A su madre, a su padre, ¡a su abuelo! les habla de esa manera, pero a mí no.
Partió a los vestuarios Carlitos, con la cabeza gacha. Siguió en el equipo, pero desde aquel incidente se acabaron las protestas.
Me gustó que pasara lo que pasó, y todavía me gusta. No porque don Tulio, un hombre humilde, actuara de una manera especial, sino por lo contrario, porque en aquella época y en aquella región del planeta, actuó como se esperaba que lo hiciera, y no defraudó. Pasaron muchos años y Chile cambió de tal manera, que hubiera sido francamente peligroso haber procedido así. Por fortuna, las cosas han vuelto a ser como eran; por lo menos en ese aspecto.
Nampiawvn ragiñtu ko new, mawizantu ka
Tromv egu pekefiñ rupan ta kakerumen
Antv tripantv
Vagando entre riachuelos, bosques y nubes
Veo pasar las estaciones
(Elicura Chihuailaf)
CARLOS MORENO LARA. El autor nació en Santiago de Chile en 1939.
Es Doctor en Bioquímica de la Universidad de Chile, Facultad de Química y Farmacia.
Vive en el Reino Unido desde 1973 y regularmente visita Medina Sidonia, en Andalucía, España.