:: LEYENDAS.
   
La Lola, muchacha de los cerros.

Por: Julio Arancibia O.

"Inconfundible la espectral belleza de este fantasma de niebla y luz de luna que acarrea a los enamorados a sus propias muertes..."
(Francisco Javier Bécquer)
.

Después de darme unas cuantas vueltas por la plaza de San José, pensé que debía encontrar alguna fuente de inspiración para darle vida a este extraño relato que me llegó de labios de una anciana del pueblo. Todo comenzó cuando me encontré con esta señora, ya cargada con muchos años de vida y experiencia, quien me comentó que tenía en su memoria un relato hermoso y fantástico sobre una mujer muy bella que aparecía de noche en lugares solitarios y sombríos. Yo, que gusto de relatos en que, como en una tragedia, se confunden la belleza, la muerte, el amor y el misterio, accedí a escuchar su narración, que, al igual que otras leyendas del Cajón, tiene varias versiones. Difícil es saber cuál es la original, pero cada una tiene su valor.

Del origen y el porqué del actuar de la famosa Lola o mujer de los cerros se cuentan distintas versiones, como aquélla que dice que era una de las hijas de la Llorona (*). Al parecer, La Lola, cuando ya era mayor, al saber que su madre había
desaparecido, la fue a buscar por todo el frondoso valle del Maipo, hasta que una noche unos campesinos la encontraron muerta en la ribera del río. Otros cuentan que era una joven muy hermosa que se iba a casar a temprana edad, pero su novio la dejó esperando en la iglesia. Ella juró, entonces, vengarse de todos los hombres por el daño que su prometido le había causado. Huyó a los cerros, y allí vivió esperando a los arrieros y excursionistas para hechizarlos con la mirada de unos ojos verdes profundo y extraviarlos luego por precipicios y quebradas con el fin de eliminarlos. La forma más usual de guiarlos hacia la muerte era mediante el eco profundo de su voz, que resonaba en las quebradas produciendo en los que la oían un irresistible efecto magnético.

Antes que la Lola muriese, un joven cazador de conejos se aventuró por los lugares que ésta frecuentaba. La descubrió postrada bajo un árbol, contemplando la luna llena, y entonces se enamoró perdidamente de ella. Una noche en que se acercó para expresarle su amor, ella huyó como gacela herida profiriendo maldiciones contra el intrépido cazador, que había osado aproximársele tanto. El joven le declaró su amor a gritos, pero por respuesta sólo obtuvo una lapidaria frase: " ¡Nunca más amaré a un hombre, morirás por haber tratado de llegar a mí!". Pasó el tiempo y, nuevamente en una noche de luna, el joven cazador fue a buscar a la mujer que le quitaba el sueño, caminando con tal ensueño que tropezó y cayó a lo hondo de un precipicio, donde perdió su vida. La Lola, al verlo muerto, rió y se alegró, sin tomar plena conciencia de que en esos momentos recibía la profecía de un ermitaño que habitaba esos lugares, quien le habló desde su forma de árbol: "¡Tu muerte será similar a la que has hecho sufrir al joven enamorado!". La hermosa joven se rió de la sentencia, mas una noche en que conducía a un arriero por una quebrada de difícil acceso, tropezó con una roca filosa, se cortó una pierna y cayó hacia el vacío gritando que volvería desde más allá de la muerte para terminar de vengarse de todos los hombres.

Después de mucho tiempo el alma de la Lola comenzó a vagar por cerros y montañas, encaminando a los arrieros y excursionistas hacia una muerte segura en la boca de una quebrada o en las entrañas de un desfiladero. De su belleza, hasta versos le han recitado los arrieros, que la describen como una linda muchacha de cabellos negros y ojos verdes, tez pálida, frágil y delgada, que va por los aires sin tocar el suelo, con sus pies de plata, rodeada de murmullos suaves al principio, como el rumor del agua de un manantial, y luego de fuertes gritos, como de miles de almas espantadas de soledad y frío. Como clave para salvar la vida, los arrieros recomiendan no mirarla y huir de su presencia. Pero también nos recuerdan que no es fácil escapar ileso de esos ojos que pueden ablandar el corazón de hasta el más rudo de los hombres, guiándolos a su propia tumba, allá en los cerros.

Dando unas vueltas por la plaza, después de que la anciana me contara esta historia, me pregunté qué pasaría si en las noches de luna llena me atreviese a buscar a aquel espectro, que, irradiando belleza, podría abrirme las puertas hacia un viaje en otra dimensión. Desistí, porque mi vida vale más que un alma vengativa. La inspiración sólo me alcanza para escribir esta historia, pero invito al que se atreva a encontrar a esa misteriosa belleza a que cierre los ojos en la montaña y a que se atreva sentir el hálito de esa alma, dejándose llevar por el rumor de la muerte...

(*) Ver Dedal de Oro Nº 1