Cuando
no hay virtud en la sociedad humana, la vida deja de ser un
don para devenir sólo en un problema. El pueblo se
aparta de sus tradiciones y con eso pierde la noción
de lo esencial y sólo está ansioso de beneficios
y, por no poder alcanzar lo que desea, se vuelve resentido.
Porque hay en el orden natural una ley por la cual lo excesivo
es aminorado, y lo insuficiente, completado. Pero en la sociedad
humana ocurre a la inversa: se le sustrae al que tiene poco
para añadirlo al que tiene en demasía. Eso ocurre
porque el poder no deja actuar a la virtud; es la antípoda
de la virtud, y para sus expectativas es más provechoso
manejar masas inconscientes que tener al frente a un pueblo
que nos mira a los ojos.
En Chile
hubo épocas en que el poder, si bien interfería
en la vida del pueblo, no tenía los medios ni los recursos
para hacerlo en gran escala, como hoy. El margen de la autodeliberación
espontánea e inmediata que el pueblo tenía le
permitió crear su propia cultura. En el texto hablado
de esa cultura, transmitido de boca a oído, nuestro
pueblo nos dio una muestra de que poseía virtud y sabiduría.
Lo hizo en verso y en prosa, cantando y bailando, en décimas
a lo divino y a lo humano, en cuentos y leyendas, en ensalmos
y oraciones, en adivinanzas y refranes. Uno de esos refranes
dice: "La virtud es divina, la moral es humana".
Siendo la virtud una espontánea inclinación
a amar al prójimo y a obrar rectamente, al pueblo le
pareció que un bien tan preciado no podía proceder
del puro deber de portarse bien a que lo invitaban sus superiores.
Ellos sólo sabían de moral, y para eso estaba
el ejemplo de sus héroes, todos uniformados, y de sus
prohombres, todos encorbatados. Había que ser bueno
como tarea, como lo eran los "caballeros", y eso
era muy difícil, entre otras razones porque "en
este mundo embustero hay más caballos que caballeros".
Por eso
el pueblo acuñó el refrán de la virtud,
para enseñarle al país que ésta es un
don del cielo que sólo se puede adquirir pidiéndolo
con fe y esperanza. En esa apertura del corazón, entonces,
la virtud hallaba el lugar donde hacer su nido. Asimismo,
el pueblo le enseñó al país que el bueno
no lo es tanto ni el malo tampoco como para no parecerse en
nada, y dijo: "Malo vendrá que bueno te hará".
También dijo: "Los vicios son virtudes que se
volvieron locas", "el río de la verdad corre
por cauces de mentira", "la mentira a veces descubre
una verdad oculta", "todo sabio tiene a un loco
por hermano", "el virtuoso y el vicioso no son amigos
pero son vecinos". Es por eso también que Violeta
dijo: "Cuando veo al bueno tan lejos del malo".
Así
como el filósofo moderno distingue entre un saber de
dominio y un saber de salvación, la sabiduría
que enseñó nuestro pueblo pertenece al segundo
tipo. No es un conocimiento que se almacena y se sistematiza,
ni se adquiere por el solo propósito de ser culto y
estar en condiciones de decir cosas inteligentes; es un conocimiento
que se vive y se trasmite a la descendencia como la vida misma,
para que ésta prospere y el hombre sea verdaderamente
tal. Para eso, el pueblo necesitó penetrar en los misterios
del alma, como lo atestigua este refrán: "El ojo
verá bien siempre que la mente no mire por él".
Los maestros del Zen habrían dado su entusiasta aprobación
a este refrán, como también a estos otros: "Nada
es verdad ni es mentira, todo es según el color del
cristal con que se mira", "el necio no ve el mismo
árbol que el sabio", "quien aprenda a vivir
quiero morir" (no antes). Así, el hombre anónimo
de nuestro pueblo sabía que el vivir es un arte y que
ese arte se aprende con una disposición interior de
receptividad y humildad. De ahí el refrán: "La
espiga, mientras más plena, más se inclina";
como también éste: "El árbol de
la vida es la sabiduría"; y éste, que enseña
que la vida se hace haciendo: "Para saber quién
es, canta el canario".
Sobre
la misteriosa relación que hay entre la mente y el
mundo objetivo, el pueblo enseñaba que "el alma
es el gobernante que rige las estaciones", como también:
"el día del fin del mundo será cuando yo
muera". En ambos se percibe el supuesto de que la apariencia
del mundo es tal por estar dotado el hombre de las categorías
mentales y sentidos que tiene, y que el poder de la mente
es capaz de proyectarse eficazmente en el acontecer.
Pero no
se trata aquí de una especulación gratuita.
El pueblo siempre supo, por experiencia y tradición
ancestral, que mucho de lo que en su vida le toca ver, ya
sea como testigo o protagonista, son proyecciones de cosas
interiores que se materializan en hechos concretos. Pero sólo
viviendo en los campos e inmerso en los ritmos naturales,
el pueblo pudo aproximarse a esas experiencias: "La boca
es la medida", "cada cabeza es un mundo", "soñaba
el ciego que veía, y soñaba lo que quería",
"todo es amargo y hiel para quien tiene boca de miel",
"no es posible saltar fuera de la propia sombra",
"nadie sabe lo de nadie", "el chuncho canta,
la gente muere, no será cierto pero sucede", "mudar
de condición va a la par de muerte". En el mismo
sentido, se han acuñado estos otros: "La pobreza
sigue al pobre", "una desgracia nunca viene sola",
"no hay primera sin segunda, ni segunda sin tercera"
(hasta completar el número arquetípico).
Pero volviendo
al tema de la virtud, la convicción de que ésta
es un don del cielo se percibe más claramente en este
refrán: "Dios te haga bueno, que será como
hacerte de nuevo", y éste: "Donde reina el
amor sobran las leyes".
Sobre
el tema del amor humano hay un refrán lapidario, en
apariencia, que dice así: "El amor, dijo San Pablo,
si es divino es una ágata, si es mundanal, es una rata".
Se notará, sin embargo, que aquí al amor divino
no se opone otro calificado de "humano", sino de
"mundanal", con lo cual debe entenderse que la intención
de este refrán es la de proclamar que todo amor humano
digno de llamarse tal, tiene algo de divino. Si ese ingrediente
falta, cae en la baja categoría de lo mundanal. La
comparación con una rata expresa suciedad y repugnancia.
El tema
del amor es tratado en profundidad en el Cancionero, en el
cual queda constancia de la elevada idea que el pueblo tuvo
de la relación de pareja, lo cual le viene, por una
parte, de la tradición indígena, y por otra,
de la tradición del amor caballeresco presente en el
Cancionero. Y tanto es así que hay un refrán
que dice: "El que muere amando, como cuete se va a la
gloria".
"LA
POÉTICA DEL ACONTECER"
SOUBLETTE
GASTÓN
SANTIAGO, UNIVERSITARIA,
147 PÁGINAS.
Con este
sugerente título se acaba de publicar un libro, cuyo
autor es nuestro colaborador Gastón Soublette. Se trata
de una obra en parte autobiográfica y en parte de reflexión,
aunque el autor sostiene que es enteramente autobiográfica,
en el sentido de que es su biografía vivida y pensada.
El libro tiene sólo 167 páginas y 37 capítulos,
por lo cual su primer mérito es el de la brevedad y
la facilidad con que se lee.
Los lectores
de Dedal de Oro hallarán ahí, tratados con mayor
profundidad y detalles, los mismos temas que el autor ha desarrollado
en sus colaboraciones a nuestra revista, más otros
que se relacionan con esto por analogía.
La idea
central del libro es la aplicación de la teoría
de la "Sincronicidad", de Karl Gustav Jung, a los
hechos de la propia vida del autor y otros del acontecer histórico
nacional e internacional. Una lectura diferente del mismo
acontecer que la racionalidad imperante sólo considera
en referencia al estrecho marco del principio de causalidad,
de identidad y de contradicción. De lo que resulta
un discernimiento por analogía capaz de relacionar
hechos que la mente común ve como desvinculados, porque
no se ajustan a los parámetros de la lógica
tradicional. En esos vínculos analógicos de
los contenidos de la conciencia y los hechos del acontecer
objetivo, el autor descubre una poética natural y la
acción permanente de una magia espontánea por
la cual los pensamientos, e incluso los impulsos inconscientes,
se objetivan en hechos sin intervención de la voluntad.
Si para
el Occidente moderno este mecanismo analógico que vincula
la psique con el mundo es una novedad, no lo ha sido nunca
para la mentalidad indígena y folklórica, que
siempre ha tendido a ver el mundo de ese modo, espontáneamente,
y constituye el gran aporte de la sabiduría china contenida
en el clásico confuciano llamado I CHING o Libro de
las Mutaciones.
J.P.Y.B.
MARZO 2008