:: PREÁMBULO.
   Otoño.

Por : Juan Pablo Yáñez Barrios.

Tiempos de otoño, época en que, incluso aquellos que viven sumergidos en la enajenación de la técnica y el consumismo -elementos dominantes de nuestro mundo- suelen caer en estados de tristeza y melancolía, como si les asomara algo muy humano. Por la ventana se ve caer una hoja de aquel árbol que va quedándose desnudo y, entonces, aumenta la sensación de separación, d e d e s a m p a r o , d e incomunicación, de soledad...

P e r o . . . ¿ e s l a s o l e d a d necesariamente negativa?

Cuando se medita, cuando se reflexiona, cuando se piensa, se está solo, al menos mientras la intervención de otra persona no interrumpa estos procesos. Sin embargo, n o p a s a a s í c o n l a intervención no-humana, por ejemplo, el maullido de un gato, el soplido del viento, la vista de una montaña en el h o r i z o n t e . . . E n b u e n a soledad, los sentidos aumentan, crece la sensibilidad y uno se hace más proclive hacia el sentimiento del amor. Se está solo, pero se desea amor: se desea unión, se desea paz.

¡Cuánto desearíamos no dejar nunca de amar, no poder dejar de amar! No queremos dejar de amar porque nuestra finalidad última, como personas, es realizarnos a través del amor. El no querer dejar de amar responde a nuestra necesidad íntima de ser amante, pues siéndolo se llega al sentimiento del propio ser a través del otro. El sentimiento del amor, o la necesidad de amar, está siempre presente en medio de la soledad.

En otoño, o cuando se tiene una pena de amor, vale la pena preguntarse acaso es realmente necesario dejarse oprimir por un suceso que no podemos dirigir, o acaso la propia realización tiene que pasar por el cedazo de aquella persona que queremos y que es tan libre como nosotros de querernos o no; vale la pena preguntarse qué es mejor: que nuestro equilibrio interior dependa de la historia de la relación de amante o que dependa de la solidez de la estabilidad propia.

No es nuestro amante el que nos salvará de la soledad, sino el descubrimiento de uno mismo allá en el fondo, ese yo que abarca todo, también al amante. Por esa condición de ser el todo podemos llegar a comprender que amar no es sólo amar al amante, sino, primordialmente, amar la vida. El universo entero está contenido dentro de uno, y así uno aprende a amarse a sí mismo. De este modo, tiende a desaparecer el otoño del corazón, la vida se abre y la soledad se hace imposible.

Esta imposible soledad, esta soledad risueña que siempre está delante de nuestras narices sin que reconozcamos que ríe, es el triunfo del otoño, el triunfo del amor, el triunfo de la libertad, el triunfo de abrirse, de darse. Es decir, el triunfo de la vida. 

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