Cuando
se medita, cuando se reflexiona, cuando se piensa, se está
solo, al menos mientras la intervención de otra persona
no interrumpa estos procesos. Sin embargo, n o p a s a a s
í c o n l a intervención no-humana, por ejemplo,
el maullido de un gato, el soplido del viento, la vista de
una montaña en el h o r i z o n t e . . . E n b u e
n a soledad, los sentidos aumentan, crece la sensibilidad
y uno se hace más proclive hacia el sentimiento del
amor. Se está solo, pero se desea amor: se desea unión,
se desea paz.
¡Cuánto
desearíamos no dejar nunca de amar, no poder dejar
de amar! No queremos dejar de amar porque nuestra finalidad
última, como personas, es realizarnos a través
del amor. El no querer dejar de amar responde a nuestra necesidad
íntima de ser amante, pues siéndolo se llega
al sentimiento del propio ser a través del otro. El
sentimiento del amor, o la necesidad de amar, está
siempre presente en medio de la soledad.
En otoño,
o cuando se tiene una pena de amor, vale la pena preguntarse
acaso es realmente necesario dejarse oprimir por un suceso
que no podemos dirigir, o acaso la propia realización
tiene que pasar por el cedazo de aquella persona que queremos
y que es tan libre como nosotros de querernos o no; vale la
pena preguntarse qué es mejor: que nuestro equilibrio
interior dependa de la historia de la relación de amante
o que dependa de la solidez de la estabilidad propia.
No es
nuestro amante el que nos salvará de la soledad, sino
el descubrimiento de uno mismo allá en el fondo, ese
yo que abarca todo, también al amante. Por esa condición
de ser el todo podemos llegar a comprender que amar no es
sólo amar al amante, sino, primordialmente, amar la
vida. El universo entero está contenido dentro de uno,
y así uno aprende a amarse a sí mismo. De este
modo, tiende a desaparecer el otoño del corazón,
la vida se abre y la soledad se hace imposible.
Esta
imposible soledad, esta soledad risueña que siempre
está delante de nuestras narices sin que reconozcamos
que ríe, es el triunfo del otoño, el triunfo
del amor, el triunfo de la libertad, el triunfo de abrirse,
de darse. Es decir, el triunfo de la vida.